Siempre creí estar del lado correcto.
Cuando era adolescente en los 70 con mis ínfulas revolucionarias, cuando en los 80 abracé el discurso de la solución democrática, cuando en los 90 no compré la zanahoria del poder del mercado y en la primera década de este siglo cuando me entusiasmé con el regreso de la solución política.
Siempre creí estar del lado correcto, pero nunca antes me había sentido tan feliz, comprometido y acompañado por estarlo como a partir de la llegada al poder de Nestor Kirchner.
Nunca antes como en el año 2003 tuve que pensar y reflexionar mi voto, y esa reflexión personal fue tan profunda y reveladora que por primera vez en mi vida, a los cuarenta y pico, decidí votar a un candidato del partido de Perón. Había decidido que Néstor Kirchner era lo mejor para la Argentina, y de inmediato me puse a lograr que amigos y familiares entendieran lo importante que era acompañar ese voto para el destino argentino.
Cuando Kirchner ganó aquella elección con el 22% de los votos, y yo era uno de esos 2 de cada 10 argentinos que lo llevaron al poder, me sentí satisfecho y feliz, sabía que algo nuevo estaba por nacer.
Pero ni siquiera imaginaba yo en aquel 2003 que ese Presidente iba a cambiar de tal manera el país, iba a honrar con tanta tozudez mi voto e iba a defender con tanta claridad nuestros pensamientos.
Sería abusivo mencionar todas sus acciones de gobierno, valga decir que millones de argentinos fueron beneficiados por el gobierno de Nestor Kirchner y la continuidad del gobierno de Cristina Fernandez, más de 3 millones de niños de familias pobres recibiendo la asignación universal y más de 2 millones de adultos mayores recibiendo su justa jubilación, apertura de las convenciones colectivas de trabajo que permitieron elevar los salarios de millones de trabajadores, protección legal para los más desprotegidos y los discriminados por cualquier razón, rejerarquización de la cabeza del Poder Judicial, reconocimiento de derechos para todos, como el casamiento igualitario, impulso de la importancia del conocimiento y la educación.
Y mientras sus políticas beneficiaban a los más necesitados al mismo tiempo se enfrentaba a todos aquellos poderes que durante décadas se habían acostumbrado a decidir sobre vidas y haciendas en la Argentina: los organismos internacionales de crédito, el gobierno republicano de Estados Unidos, los mercados financieros, las grandes empresas concentradas, el poder mediático.
El valor esencial de su acción fue devolver la confianza en la política, en que solamente mediante la política se logran modificar las cosas, y solamente recuperando el poder de la política es posible emprender el camino de un cambio a favor de las mayorías.
Nestor Kirchner puso en marcha la transformación del país no acordando con los poderes sino ejerciendo el poder, el poder político.
En mis clases siempre que abordaba el tema de la desconfianza en la política le decía a mis jóvenes estudiantes que no era la política la culpable del drama argentino, sino algunos políticos, los que decidieron entregarse a las decisiones de las minorías traicionando lo que prometían a las mayorías que los llevaban al poder.
Kirchner le dio sentido a esta afirmación y por eso caló tan hondo en el espíritu de los jóvenes, a los que les devolvió la esperanza de que las cosas no tienen un destino ineluctable, sino que el cambio y la transformación dependen de nosotros y de nuestro compromiso, más allá de cualquier interés sectario.
Seguramente la Argentina de la próxima década será mucho mejor que la actual, porque todos esos jóvenes que se han comenzado a interesar y comprometer con el futuro de su sociedad harán sentir su potencia y creatividad en pocos años.
Durante mi infancia se me hizo costumbre escuchar a mi familia, adherente al más rancio gorilismo, denostar todo lo relacionado con el peronismo. Y cuando veía aquellos viejos documentales de los funerales de Evita nunca logré entender a esa gente llorando su muerte.
Hoy lo entendí en carne propia.
Desde que me invadió la tristeza ayer cuando me enteré de la increíble noticia estuve conteniendo mis lágrimas, y de pronto hoy me puse a llorar con un profundo dolor por ese hombre muerto al que admiré. Mi hija me abrazó mientras yo lloraba, y allí se me dibujó la esperanza. A ella no le iba a suceder lo que a mí, esa incapacidad para entender la profunda sensibilidad del pueblo.
Porque lo que en definitiva logré con Nestor Kirchner además de saberme parado en el lado correcto, fue sentirme por primera vez formando parte integrante del pueblo, esa categoría social que siempre entendí pero a la que hasta entonces me sentí ajeno.
Se nos fue Nestor Kirchner, un argentino de bien, uno de los nuestros, un hombre fiel a sus ideas, y a las mías.
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