Entradas del mes abril, 2012

  • 23
  • Abr
  • 2012

¿Se puede escapar de lo ficcional al narrar? En artículos escritos a lo largo de medio siglo, Hayden White examina cuánto hay de literatura en la escritura de la historia.

Seguramente, el historiador estadounidense Hayden White estaría de acuerdo con el melancólico conde Augustus, personaje de la Baronesa Karen Blixen, quien bajo el pseudónimo de Isak Dinensen escribía: “He aprendido que no es posible pintar un objeto concreto, digamos una rosa, sin que yo, o cualquier crítico inteligente, podamos determinar, al cabo de veinte años, en qué período fue pintado o, más o menos, en qué lugar del mundo”.

Dicho en las palabras de Borges y para los acontecimientos de la historia que eran los que interesaban especialmente al crítico norteamericano, “el hecho, acaso melancólico, de que al cabo del tiempo, el historiador se convierte en historia y no sólo nos importa saber cómo era el campamento de Atila sino cómo podía imaginárselo un caballero inglés del siglo XVIII”. Agrega que hubo épocas en que se leían las páginas de Plinio en busca de precisiones. Hoy las leemos en busca de maravillas, y ese cambio, para el pícaro Borges, no ha vulnerado en absoluto la fortuna de Plinio.

Con un título que se parece a un programa, La ficción de la narrativa: ensayos sobre historia, literatura y teoría podemos acceder a cincuenta años de trabajo ininterrumpido de un teórico que revolucionó el campo de la historiografía. Su obra Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (1973) es un libro obligatorio para aquellos interesados en el campo de la historia, la literatura y su mutua dependencia. La ficción…recopila artículos inéditos que abarcan el medio siglo que va desde 1957 al año 2007.

Una manera de mirar el problema central de la obra de White es, por supuesto, preguntarse cuánto hay de literatura en la escritura de la historia. Sin embargo, para White, para quien en todo caso no se trataría de ninguna rebaja de la historia como disciplina, se trata más bien de preguntarse cuánto de historia, es decir, de verdad, hay en la literatura. En todo caso, cómo escapar (si es que ello fuera del todo posible y necesario) de este cuerpo extraño que se considera meramente “lo ficcional”.

La argumentación de White es doble: la narrativa como forma no tiene nada de natural; no relata simplemente cómo han sido las cosas y lleva su gran parte de ficción (incluso su mayor parte). Pero, por el contrario, lo ficcional no es mera obra de la imaginación y tiene su propio contenido cognitivo y de verdad. Por otra parte, literatura e historia están lejos de ser dos formas inmutables y tienen su fecha de nacimiento. Diríamos incluso que la misma fecha de nacimiento. Sería a todas luces profundamente anti-histórico pensar que la forma de reflexión histórica que se adoptó en el siglo XIX era la forma definitiva que tenía que adoptar para todos los tiempos. Para el problema de las crónicas literarias, por ejemplo, el punto inaugural sólo puede constituirse por una decisión de parte del cronista de tratar algún acontecimiento o conjunto de acontecimientos como representando el tiempo y el espacio en el cual aparece el fenómeno netamente “literario”, en oposición a los fenómenos “verbales” en general en la vida de un pueblo, una cultura o una civilización.

La literatura concebida como la alternativa artística del lenguaje ordinario o cotidiano fue un invento también del siglo XIX. Un invento que ponía en peligro a la historia como disciplina seria y que minaba implícitamente toda pretensión de un discurso lingüísticamente inocente. White, un relator también a su manera, nos relata cómo cuanto más realista se volvía la literatura tanto más se esforzaban los historiadores por distinguir de ella su propio discurso. Los novelistas románticos podían resultar ofensivos sólo porque presentaban lo imaginario bajo el aspecto de lo real. Los novelistas realistas, mucho más peligrosos, por el contrario, presentaban lo real bajo el aspecto de lo imaginario. White, que considera que la historia debería ser una preocupación de todo ciudadano culto y que está por supuesto en contra también de esa otra idea, cientificista, de que la obligación de la historia es relatar el progreso triunfante de su especialidad desde los orígenes hasta, digamos, ellos mismos, corta el nudo gordiano argumentando sólidamente que cada conjunto de acontecimientos puede tramarse de muchas maneras sin violentar por ello su facticidad.

No todo puede decirse en todo momento; pero la cultura nos provee de distintas tramas con las cuales sistematizar esos acontecimientos. White considera que al elegir la trama, al convertir en tragedia o comedia nuestro pasado, elegimos también nuestro presente. Al construir nuestro presente afirmamos nuestra libertad. Al buscar una justificación retroactiva para el pasado, nos despojamos, silenciosa y peligrosamente, de la libertad que nos permitió convertirnos en lo que somos.

Extraído de Revista Ñ 446. Por Santiago Bardotti
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  • 14
  • Abr
  • 2012

México es un país en guerra consigo mismo.

Gobierno, policía, narcos, militares, secuestros, tráfico de personas, fosas comunes, matanzas, corrupción.

  • Casi 50.000 personas han muerto desde 2006 por efecto de la guerra contra el narcotráfico
  • 14 mujeres mueren por día por la violencia de género
  • Más de 6.000 personas mueren por año a manos de los narcos
  • Ciudad Juarez, en la frontera norte con Estados Unidos, ha sido catalogada como la ciudad más peligrosa del mundo.
  • Más de 700 jóvenes de entre 15 y 17 años al servicio de los carteles de la droga fueron asesinados.
  • 160 mil empresas se fueron de México en un año por efecto de la violencia.
  • Cada año los índices de violencia se incrementan un 10%.
  • La corrupción equivale al 9% del Producto Bruto Interno y se relaciona con sobornos a políticos, policías, jueces y militares.
  • Las empresas erogan el 10% de sus ingresos en pagar sobornos.

El 30 de junio próximo 80 millones de mexicanos irán a las urnas para definir quién será el encargado de gobernar este país.

La organización social “Nuestro México del Futuro” realizó este video con niños en el que con toda claridad, y de manera inquietante, se ponen los puntos sobre las íes.

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  • 1
  • Abr
  • 2012

Las Malvinas son argentinas… las Malvinas son argentinas…” Con esta frase a modo de precario insulto y juego perverso perseguíamos en 1967 por el patio de la escuela primaria a dos compañeritos de segundo grado en los recreos. Esos compañeritos eran dos mellizos ingleses, Atila y Olavi, de piel muy blanca y orejas apantalladas, que por el azar familiar de sus padres habían caído temporalmente en esta escuela pública del barrio de Barracas en la ciudad de Buenos Aires.

Esta anécdota personal revela cómo el tema Malvinas era parte del bagaje cultural de los niños y jóvenes argentinos antes de 1982, las generaciones para el cual Malvinas no era sinónimo de guerra.

Pero hay en Argentina una Generación de Posguerra, una generación nacida luego del conflicto bélico por Malvinas de 1982, son nuestros jóvenes y adolescentes que no habiendo vivido el desarrollo de la guerra han sido marcados por ella a la hora de pensar y sentir el tema Malvinas.

Al cumplirse 30 años del inicio de la Guerra de Malvinas, en una escuela de Burzaco, en el conurbano bonaerense, planteamos a las chicas y chicos que cursan su secundario, de entre 12 y 18 años, que nos dijeran tres conceptos con los que ellos identifican a las Malvinas, tres conceptos espontáneos que surgieran de su reflexión o de su sentimiento sobre el tema de las islas.

La idea era entender qué cosa es el tema Malvinas para las nuevas generaciones de posguerra, cómo construyen culturalmente este concepto, teniendo en cuenta que para los adultos que nacimos y crecimos antes de 1982 la guerra constituye un elemento central y poderoso de este tema, pero no lo resume.

Tomamos las respuestas de las chicas y chicos sobre el tema y las volcamos en un programa para generar una nube de conceptos en la cual poder visualizar gráficamente y con claridad cuáles eran esas ideas y sentimientos de mayor presencia en el inconciente colectivo de nuestras generaciones de posguerra.

El resultado es el que puede verse en la primera nube.

Nube Original

Nube original

Con mucha claridad se observa como la cuestión de la guerra tiñe profundamente el sentir de nuestros jóvenes sobre el tema Malvinas, “guerra” y “muerte” son las palabras más utilizadas a la hora de referirse a las islas, luego “injusticia”, “dolor” y “argentinas”, en un mismo nivel de importancia.

Indudablemente el espíritu de nuestros estudiantes de secundaria en referencia a este factor que forma parte integrante de la cultura argentina está absorbido por el impacto de la guerra.

Pero como decíamos al inicio no siempre ha sido así, antes de 1982 las Malvinas tenían para el argentino una referencia de otro tenor, menos trágica y más política.

La segunda idea fue entonces despejar la nube de las tres o cuatro palabras centrales vinculadas con la guerra  que los chicos habían manifestado en el proyecto, y el resultado fue el que se observa en la segunda nube.

Nube despejada

Nube despejada

En la segunda nube, ya sin el protagonismo de las ideas y sentimientos vinculados con la guerra asoman, como un sustrato latente, las palabras “Argentina”, “argentinas”, “usurpación”, “injusticia”, “pérdida”; y hasta tímidamente asoman conceptos tales como “patria”, “amor” y “derechos”.

Para los argentinos el tema Malvinas es un factor cultural profundamente enraizado en nuestra identidad, cumplidas tres décadas de la guerra es tiempo de empezar a recuperar la conciencia de que la cuestión Malvinas es una problemática que arrastra 180 años y que la guerra fue un episodio dramático en tiempos dramáticos de nuestra historia en medio de casi dos siglos de reclamos diplomáticos, y que por lo tanto Malvinas y Guerra no son sinónimos, porque mientras Malvinas siga vinculada a ideas como la muerte seguirán en sombras aquellas que deberán llevarnos algún día a su recuperación, las que se vinculen con conceptos como patria, amor, soberanía y justicia, esas que laten en el sustrato cultural de nuestros jóvenes adormecidas por el peso terrible de la guerra.

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