Entradas del mes noviembre, 2016

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  • Nov
  • 2016

Lectura y escritura en el cambio de época

Entrevista. El erudito y gran historiador francés Roger Chartier habló en Buenos Aires del pasado y el presente renovados del lector. La tensión de la memoria cruza sus trabajos.

Revista Ñ – 22/11/2016

chartierLa lectura es acción para el historiador francés Roger Chartier. En ella encuentra tramas fervorosas entre autores y libreros, entre mecenas del Siglo de Oro y las voces del teatro isabelino que hacen del texto dramático algo tan cambiante como la memoria o la precisión de sus copistas. Pero no es el pasado lo único que le permite descubrir las relaciones de producción de una obra en el cuerpo de un libro. Como historiador entiende la intensidad de los cambios digitales. En sus palabras identifica operaciones de apropiación diversas, que pueden estar desligadas de la materialidad de la experiencia compartida y también logran convivir con la proliferación del objeto libro y una serie de escrituras que lo desintegran, que intervienen sobre sus ideas. Chartier ilumina textualidades en movimiento porque la lectura, aunque sea silenciosa, no abandona sus implicancias políticas y necesita de la sociabilidad para completar su autoría.

Invitado por la Universidad de San Martín ha compartido encuentros con acompañantes de lujo como José Emilio Burucúa y Carlo Ginzburg en las Jornadas “Encrucijadas del saber histórico” y en la Biblioteca Nacional. Acaba de publicar La mano del autor y el espíritu del impresor. Siglos XVI-XVIII (Katz-Eudeba, traducido por Víctor Goldstein).

–¿Podríamos pensar que en el Siglo de Oro y en el teatro isabelino existía una forma de escritura más intervenida socialmente, más dinámica?

–Lo interesante en esta actualidad de Cervantes y Shakespeare en relación con el aniversario de su muerte en el mismo año, 1616, es la relación con la oralidad, la palabra viva y el texto escrito porque en ambos casos hay una relación pero no es la misma. En el caso de Shakespeare podemos imaginar que existía el manuscrito de las obras que nunca hemos encontrado. Es a partir de la representación teatral que se ha publicado una parte de su repertorio y de los autores de su tiempo en Inglaterra. Comparando el número de títulos que conocemos con las ediciones que tenemos, tal vez solamente un tercio de las obras representadas fueron impresas. Entonces es una relación entre lo que fue representado y lo que el lector podía leer con una movilidad muy fuerte de los textos impresos en relación con el texto representado. Por ejemplo, la primera edición de Hamletno contiene el verso más famoso del teatro mundial: To be or not to be. That is the question . En Cervantes, el texto de Don Quijote es una serie de formas de oralidad. Desde las más sueltas, las conversaciones de Sancho y Don Quijote, hasta las más formalizadas. En este caso sería una transmisión oral de un texto ya escrito porque sabemos que la lectura en voz alta era una práctica muy importante en el Siglo de Oro y que en la estructura del Quijote en capítulos breves, con cierta autonomía o con títulos que dicen Para el que va a leer o escuchar , hay una idea de lector posible, como en las novelas de caballería leídas por el Quijote silenciosamente, en la soledad, o puede ser transmitido en la lectura en voz alta. Entonces en el Quijote está la oralidad como manera de escribir la historia y también un destinatario que puede ser un oyente, tanto como un lector.

–Hoy también se presenta una forma de edición más dinámica en la Web, donde la escritura reconstruye cierta oralidad y pasa a ser comentada y desacralizada en relación con el texto.

–La cuestión es saber si la comunicación electrónica es equivalente a la edición electrónica porque ambas son formas de publicación. Desde los primeros artículos de Robert Darnton sobre el tema, el desafío fundamental es saber si el mundo digital puede estar sometido a las categorías y prácticas más tradicionales, forjadas en la cultura impresa y de ahí la propiedad intelectual, los catálogos, una política editorial, o si las posibilidades técnicas del mundo digital que, en cierto sentido, se oponen o permiten oponerse a estos criterios al ser una comunicación libre, de textos que no son necesariamente pensados como libros, que son maleables, abiertos o que pueden ser el resultado de iniciativas personales o colectivas pero que no son formas de edición, si estas posibilidades van a transformar profundamente el mundo de la cultura escrita. Yo creo que hoy no hay un diagnóstico que permitiría pensar una u otra forma. Hasta ahora todo el esfuerzo lleva a introducir en el mundo digital las prácticas y categorías del mundo impreso. Hay dos cuestiones: la primera es cómo las prácticas cotidianas del mundo digital, fundamentalmente en las redes sociales, transforman los conceptos de lectura o escritura; la segunda es si el mundo que se ubica dentro de esta realidad técnica va a imponer un nuevo orden de los discursos en el cual las categorías que discutimos, definición de libro, noción de editorial, propiedad literaria, podrían desaparecer.

–Ricardo Piglia se refiere al concepto borgeano de lector de vanguardia. Borges era un escritor que dejó testimonio de sus lecturas. ¿El lector de vanguardia no se acerca a su concepto de apropiación?

–Que un autor puede, a partir de sus lecturas y de los textos de sus lecturas, contribuir a plasmar el horizonte de expectativas en el cual su obra puede ser recibida, es la idea de Piglia, tal vez aplicada a él mismo o a Borges. Significa pensar que la actividad crítica contribuía a desplazar lo que se espera de un texto y hacer que con esta lectura de vanguardia –adelantada en relación con la obra– el lector pueda transformar sus categorías, expectativas y tener posibilidad de comprensión, de apropiación de la obra. De algo que ya no era inmediato sino que había sido plasmado, construido. Había una relación fuerte entre construir un canon, hacer hincapié en obras que conducían al lector de esta reseña a transformarse en lector de Borges. El tenía razón, la transformación de los géneros literarios depende más del horizonte de lecturas que de la invención del escritor. Cuando Borges decía que si pudiera saber cómo se iba a leer un texto en el año 2000 podía imaginar cómo sería la literatura de ese año, hacía hincapié en esa dimensión de la lectura que supone dispositivos gracias a los cuales se transforma el horizonte de expectativas de los lectores.

–En su libro El presente del pasado se refiere a la tensión entre el discurso de la memoria y la historia. ¿Puede el discurso de la memoria reemplazar al discurso histórico?

–Es difícil vincular situaciones históricamente particulares con un principio general. Normalmente podemos afirmar que memoria e historia pertenecen a dos modalidades de presencia del pasado. El testimonio contra el documento, la inmediatez de la reminiscencia contra la explicación historiográfica, la resurrección del pasado contra la representación del pasado. Hay una serie de diferencias entre memoria e historia, lo que debería impedir considerar que la memoria es una historia más llevadera que la memoria de los historiadores y debería impedir a la historia establecer su monopolio sobre la interpretación del pasado ignorando que hay otras formas. Las cosas se complican cuando la historia oficial monopolizada ha borrado, distorsionado los hechos históricos. En todas las situaciones en las que una forma de dictadura impuso una historia oficial para hacer desaparecer no solo a los individuos sino también a los mecanismos que han conducido a esta desaparición, la memoria se ha transformado, en cierto sentido, en la verdadera historia. La historia que no fue posible en el momento. Razón de esta primera vacilación en la distinción. Yo he visitado en Santiago de Chile un Museo de la Memoria pero era más un museo de la historia de la dictadura borrada por toda la historia oficial. En este caso la memoria es la verdadera historia, que puede probársela a través de la práctica historiográfica. Paul Ricoeur habla de una memoria más equitativa, una historia más objetiva. Lo que significa que estas memorias en sus conflictos, en sus diferencias, pueden encontrar una forma de apaciguamiento. Debemos mantener la lógica de la explicación histórica como zócalo común a una pluralidad de las memorias. En Francia hay leyes que consideran un delito publicar un texto que niegue la existencia de las cámaras de gas o el genocidio de los armenios y hay muchos historiadores que respeto que condenan esto diciendo que el estado no tiene que definir qué es la historia. Yo no estoy completamente de acuerdo. El estado no puede definir la historia pero, al mismo tiempo, me parece que cuando estamos frente a falsificaciones históricas se debe establecer límites a su difusión.

–¿Por qué, pese al predominio de los discursos de la memoria, las sociedades vuelven a elegir políticas reaccionarias y discriminatorias que las dañan, como lo muestra el triunfo de Donald Trump en EE.UU.?

–Me parece que hay una tensión en las heridas del pasado, en la reivindicación de una memoria que es una verdadera historia y que siempre está reclamando su lugar en una sociedad contemporánea; pero, como las heridas no se cierran, estos lugares son siempre insuficientes. Hay otra perspectiva que sostiene que el pasado no tiene sustancia en el presente. Tiene existencia pero se debe hacer como si no la tuviera. En la primera perspectiva el pasado siempre es dolorosamente presente. La segunda perspectiva establece una separación entre ese pasado, sobre el que la gente puede opinar de una manera u otra pero no tiene más importancia, no importa el número de muertos o desaparecidos y se establece esta discontinuidad radical. Pero en relación con la primera perspectiva, no funciona de esta manera. Los pasados son presentes y la idea de desvincular pasado y presente radicalmente es una política que se choca con las presencias múltiples de esos pasados. Hay una omnipresencia de estos pasados, lo que puede ser la razón por la cual otras políticas quieren borrarlos y establecer una ruptura absoluta entre los pasados para la historia y un presente que sería liberado del peso de estos pasados. Es una manera de comprender estas situaciones contemporáneas.

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  • 23
  • Nov
  • 2016

LA HISTORIA QUE NO RECHAZA A LA FICCIÓN

Entrevista. Ivan Jablonka, flamante Premio Médicis, investiga y aprovecha lo creativo del método académico, conviviendo en armonía con la literatura.

Revista Ñ – 21/11/2016
Iván Jablonka sabe demostrar en la acción sus teorías. Investigó el asesinato de una joven francesa secuestrada en Loire Atlántico hace cinco años. Escribió un texto tan ambiguo por sus resonancias literarias que le permitió ganar la semana pasada el Premio Médicis al ser leído por el jurado como una novela. Lo cierto es que Laëtitia ou la fin des hommes , que será publicado en la Argentina por Libros del Zorzal, es la producción de un historiador que entiende las herramientas de la ficción como procedimientos rigurosos y exigentes al momento de hacer de lo real un campo de conocimiento.

jablonkaInvitado por el Instituto Francés en Argentina y el Centro Franco Argentino en el marco de la Cooperación Regional para América del Sur, vino a Buenos Aires a presentar dos libros que se leen en un extraño reverso.

Historia de los abuelos que nunca tuve es uno de los escenarios de los hechos que Jablonka reconstruye en primera persona como un personaje sobre el papel que le da al historiador el rostro de un ser andante. El drama del destierro de sus abuelos judíos llega hasta el barrio de Mataderos. Las entrevistas, las hipótesis y todas las posibilidades de escritura que se desprenden de las fuentes historiográficas y de los testimonios, el autor francés las sistematiza en una teoría que tiene algo de protesta, de discusión fundamentada contra una concepción intelectual enemistada con las posibilidades creativas del método, entendido como una manera original de mirar el objeto de estudio. Ese manifiesto se expresa en el libro La historia es una literatura contemporánea(Editado por Fondo de Cultura Económica), al que también se refiere en esta entrevista realizada en Buenos Aires.

–¿Podríamos pensar que en la escritura historiográfica existe un obstáculo político ligado a la construcción de la autoridad del autor? La objetividad elimina la refutación y la parcialidad propicia la crítica. Como si se escribiera para hacer callar al otro y no para abrir discusiones.
–Hay una reticencia en los historiadores en relación con la cuestión literaria. Porque a partir del fin del siglo XIX las disciplinas universitarias como la historia, la sociología y la antropología se construyeron contra la literatura, con la idea de que para ser ciencias había que rechazar lo literario. La analogía que yo hago es que en la época en la que se aprendía a pasteurizar la leche también se aprendió a pasteurizar los textos de ciencias humanas. Hay un historiador francés que lo decía de manera explícita, hay que desembarazarse de los microbios literarios. Mi posición es que cien o ciento cincuenta años más tarde las disciplinas de ciencias humanas son lo suficientemente sólidas y respetadas para intentar experiencias nuevas. La literatura se puede definir de mil maneras, un trabajo sobre la lengua, la construcción narrativa, el ritmo, la atmósfera, la parte en la que se respeta la indeterminación de los seres y la búsqueda de lo verdadero. La postura literaria de la tradición clásica lleva a un gran autoritarismo. Decir que el historiador está en la historia que estudia es una forma de modestia en relación con el lector. No me considero un mandarín que decreta lo verdadero sino un investigador que trata de decir cosas verdaderas. El texto literario tiene también un efecto científico. No estoy en la postura de autoridad sino de duda.

–Usted utiliza la intuición del autor, muy común en los textos literarios, para incorporar en sus trabajos algunas hipótesis que todavía no puede fundamentar. ¿Considera que ese recurso lo ayuda a discutir la noción de realidad como transparencia que sigue presente en la concepción mimética?
–La relación entre mímesis y transparencia es un régimen de objetividad que existía en el siglo XIX. Por ejemplo en Emile Zolá hay metáforas sobre la transparencia, el escritor es aquel que abre una ventana, que mira a través de un libro. En Zolá hay, frecuentemente, superficies de vidrio a través de las cuales se puede mirar. Esa concepción de la transparencia, del reflejo va hasta la no ficción estadounidense. Hay un texto de Gay Talese que se llama El motel del voyeur donde el empleado observa a sus clientes desde un hueco que hizo en el techo. Es una metáfora de la reproducción o de la mímesis. En mi opinión las ciencias humanas no funcionan de esta manera, se apartan de lo real para poder ver mejor. Un historiador puede proponer diferentes hipótesis y todas esas hipótesis no son verdaderas, quiere decir que algunas son pura ficción. Una de esas ficciones que usan las ciencias humanas es la desfamiliarización. Los estadounidenses hablan de la conquista del Oeste como el far west pero también se puede decir el gran norte, si uno se ubica en el punto de vista mexicano. Es una manera de desfamiliarizar la perspectiva ubicándose, no desde el punto de vista estadounidense, sino desde la visión mexicana cuyo norte fue conquistado y que se volvió Arizona y Nuevo México estadounidense. Las ciencias humanas no están en una relación mimética con lo real, más bien en una investigación que necesita mucha distancia y perspectiva y no el reflejo de la mímesis.

–En Historia de los abuelos que no tuve su presencia como autor toma mucho protagonismo y les da un sentido de presente a esos hechos del pasado. ¿Es toda una decisión estructural y teórica?
–La manera en la que los historiadores escriben parece ser la de un extraterrestre que sobrevuela la Tierra. Yo, por el contrario, considero que antes de ser un historiador soy un hombre entre los hombres. Soy un nieto, por lo tanto formo parte del cuadro que estudio, en todos los sentidos del término. Hay historiadores que piensan que no son seres históricos. Es como si un médico pensara que no puede enfermarse. En el libro sobre los abuelos yo hablo de mis sentimientos, de mis intuiciones, de mis éxitos y de mis fracasos. Los historiadores, por lo general, no lo hacen, como si el Pasado con mayúsculas hablara solo y yo creo que en un libro es el investigador el que habla. Yo soy un investigador pero también soy un ser humano, un padre de familia, un ciudadano y asumo todas esas identidades en el cuerpo del texto. El historiador le hace preguntas al pasado. Las preguntas de nuestro tiempo son también las preguntas de nuestra vida y cambian. No se le hacen las mismas preguntas al pasado según las diferentes sociedades y los diferentes siglos. No estoy defendiendo el relativismo, simplemente estoy diciendo que la historia es un dominio que evoluciona por las preguntas que hace y también por las fuentes de las que dispone. Un arqueólogo que encuentra un pedazo de hueso va a revolucionar la comprensión de la cuna de la humanidad.

–Usted se refiere en La historia es una literatura contemporánea a la producción de empatía y cita allí a Aristóteles que le asignaba un valor político en la tragedia. ¿Qué lugar le da a la empatía hoy como recurso narrativo?
–El efecto más potente de la tragedia, según Aristóteles, es la catarsis. El espectador siente terror y piedad y sale purificado. Para las ciencias humanas hay un efecto político pero es diferente. El efecto más poderoso de las ciencias humanas es que nos hacen comprender el mundo en el que vivimos, lo que ocurre y lo que nos pasó . Es por eso que las ciencias humanas tienen su lugar en la democracia como fuerza de elucidación. Vivimos en sociedades dominadas por la publicidad, la charlatanería de los políticos, la comunicación de las empresas y todo eso es una lengua muerta. Las ciencias humanas y la literatura tienen en común que le vuelven a dar sentido a las palabras y en tiempos como los nuestros tenemos necesidad de esto con desesperación. No creo que las ciencias humanas estén del todo del lado de la empatía. El desafío consiste en poner el cursor en el lugar correcto entre la empatía y la distancia. Con demasiada empatía uno se identifica con la persona y con demasiada distancia, uno tiene la impresión de estar frente a un extranjero completo. Poner el cursor en el lugar correcto es un desafío científico y literario. Literario porque hay que encontrar las palabras correctas, precisas, y científico porque uno tiene que estar en el interior del cuadro sin estar completamente sumergido en sus emociones.

–Usted no utiliza el término ‘estilo’ pero ¿no podríamos pensar que el estilo también forma parte de la escritura entendida como método? ¿La demanda de transparencia no es también una demanda de claridad?
–Hay escritores cuyo estilo se reconoce de una sola mirada. Usted abre una página de Cervantes, Marcel Proust o Louis-Ferdinand Céline y se sabe que fueron ellos los que escribieron eso. Lo que usted llama estilo yo lo llamo la voz singular y eso forma parte de la literatura pero entre otros criterios como el trabajo sobre la lengua, la imaginación. Las ciencias humanas tienen necesidad de claridad. Es necesario saber de lo que estamos hablando. Yo me reconozco en una ética de la precisión y la sobriedad. El rigor es una forma de sensibilidad contemporánea que yo adopto. Por ejemplo, Patrick Modiano, uno de los recientes premios Nobel de Literatura, no se puede decir que escribe con estilo, sus frases son simples, su vocabulario a veces banal pero eso no impide que sea un extraordinario escritor. Reconciliar las ciencias humanas y la creación literaria no es escribir con estilo, es intentar textos nuevos. El rigor intelectual se encuentra en la precisión del estilo.

–En los dos libros habla de hacer visible su proceso de trabajo como historiador. ¿Podríamos pensarlo como una democratización del trabajo intelectual?
–Sí y agradezco este análisis. Hago la diferencia entre la historia institucional, con sus disciplinas universitarias y un razonamiento universal que consiste en comprender lo que ocurre. Por lo general se encuentran pero no siempre. Hay historiadores profesionales que hacen solamente trabajo de erudición chata. Inversamente hay escritores y periodistas que desarrollan razonamientos profundamente históricos. Javier Cercas sobre la Guerra Civil española, Primo Levi sobre la Segunda Guerra Mundial, Svetlana Aleksiévich sobre la epopeya soviética, son todos escritores que ponen en obra elementos históricos. Todo esto para decir que la historia no pertenece solamente a los historiadores, por suerte.

 

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  • 14
  • Nov
  • 2016

El conocido economista norteamericano Joseph Stiglitz, escribió un artículo en la web Project Syndicate en la que analiza el contexto que enfrenta el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, planteando la interesante idea de que se presenta como el encargado de cerrar el círculo político-económico abierto por Reagan a comienzos de los 80, pero al mismo tiempo debe confrontar con una premisa de hierro: la Historia no vuelve para atrás.

Lo que la economía de Estados Unidos necesita de Trump

Por Joseph Stiglitz

trump sLa asombrosa victoria de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos ha dejado una cosa en claro: demasiados estadounidenses, particularmente varones blancos americanos, se sienten abandonados. No es sólo un sentimiento; muchos estadounidenses realmente han quedado atrás. Se puede observar en los datos con la misma claridad que en su ira. Y, como he sostenido en repetidas ocasiones, un sistema económico que no «entregue» beneficios para grandes sectores de la población es un sistema económico fallido. Entonces, ¿qué debe el presidente electo Trump hacer al respecto?

Durante el último tercio de siglo, las reglas del sistema económico de Estados Unidos fueron re-escritas de manera que sirvieran a unos pocos en la parte superior de la escala social, mientras se perjudicó a la economía en su conjunto, y en especial al 80% de la parte inferior. La ironía de la victoria de Trump es que fue el mismo Partido Republicano, que ahora llega al poder el que impulsó la globalización extrema y sin tomar en cuenta los marcos políticos que podrían haber mitigado el trauma asociado a ella. Sin embargo, la historia importa: China e India están ahora integrados en la economía mundial. Además, la tecnología ha avanzado tan rápido que el número de puestos de trabajo a nivel mundial en la fabricación está en declive.

chinaLa realidad es que no hay manera de que Trump puede aportar un número significativo de puestos de trabajo industriales bien remunerados de regreso a los EEUU. Se pueden traer de vuelta las fábricas, incluso la fabricación avanzada, pero habrá pocos puestos de trabajo. Él puede traer nuevamente trabajos, pero serán puestos de trabajo con salarios bajos, no los empleos bien remunerados de la década de 1950.

Si Trump es serio en su postura por luchar contra la desigualdad, debe reescribir las reglas una vez más, de manera que sirvan para toda la sociedad y no sólo para las personas como él.

El primer punto del orden del día es impulsar la inversión, restaurando así el robusto crecimiento a largo plazo. En concreto, Trump debería hacer hincapié en el gasto en infraestructura e investigación. Sorprendentemente para un país cuyo éxito económico se basa en la innovación tecnológica, la participación en el PBI de la inversión en investigación básica es menor de lo que era hace medio siglo.

Mejorar la infraestructura mejoraría el regreso de la inversión privada, que se ha ido deteniendo. Asegurar un mayor acceso financiero a las pequeñas y medianas empresas, incluidas las encabezadas por mujeres, también estimularía la inversión privada. Por otra parte un impuesto sobre el carbono proporcionaría una trifecta de bienestar: un mayor crecimiento ya que las empresas deberían modificar sus plantas para abandonar los mayores costes de las emisiones de dióxido de carbono; un medio ambiente más limpio; y los ingresos del impuesto con los que se podrían financiar la infraestructura y los esfuerzos directos para reducir brecha económica de Estados Unidos. Sin embargo, dada la posición de Trump que niega la existencia del cambio climático, es poco probable que tome ventaja de este accionar (que también podría significar que el mundo comience a imponer aranceles contra los productos estadounidenses hechos en forma que violan las reglas globales sobre el cambio climático).

wallTambién es necesario un enfoque integral para mejorar la distribución del ingreso en Estados Unidos, que es uno de los peores entre las economías avanzadas. Trump ha prometido aumentar el salario mínimo pero esto es poco probable sin llevar a cabo otros cambios críticos, como el fortalecimiento de los derechos de negociación colectiva y el poder de negociación de los trabajadores, al mismo tiempo que una restricción sobre los ingresos de los CEOs y un control a la financierización de la economía.

La reforma regulatoria debe ir más allá de la limitación de los daños que el sector financiero puede provocar y garantizar que el sector sirva realmente la sociedad.

En abril, el Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama dio a conocer una muestra del aumento de la concentración del mercado en muchos rubros. Eso significa menos competencia y precios más altos, camino seguro para la reducción de ingresos reales y una reducción directa de los salarios. Los EEUU tiene que hacer frente a estas concentraciones de poder en manos del mercado, incluyendo a las más recientes manifestaciones de la llamada economía colaborativa.

Existe un sistema fiscal regresivo en Estados Unidos, ayudando a que los ricos, y nadie más, se enriquezcan aún más, y debe ser reformado. Un objetivo obvio debe ser eliminar el tratamiento especial a las ganancias de capital y los dividendos. Otra es la de asegurar que las empresas paguen impuesto, tal vez mediante la reducción de la tasa de impuestos corporativos para las empresas que invierten y crean puestos de trabajo en los Estados Unidos, y el aumento de la pena para aquellos que no lo hacen. Sin embargo las promesas de Trump están destinadas a no beneficiar a los estadounidenses comunes; como de costumbre con los republicanos, los cambios fiscales tienden a beneficiar en gran medida a los ricos.

Trump probablemente tampoco está a la altura de la necesidad de mejorar la igualdad de oportunidades. Garantizar la educación preescolar para todos y una mayor inversión en las escuelas públicas es esencial si los EEUU quieren evitar convertirse en un país neo-feudal, repercutiendo en las ventajas y desventajas que se transmiten de una generación a la siguiente. Pero Trump ha mantenido silencio sobre este tema.

La restauración de la prosperidad para todos requeriría políticas que amplíen el acceso a una vivienda asequible y a la atención médica, una jubilación segura con un mínimo de dignidad, y que permitan a todos los estadounidenses, independientemente de su riqueza, proporcionar una educación post-secundaria acorde con sus capacidades e intereses. Sin embargo, aunque se puede ver en Trump, un magnate de bienes raíces, el apoyo a un programa de vivienda masiva (cuyos mayores beneficios irán al sector de los desarrolladores inmobiliarios como él mismo), la derogación que ha prometido de la Ley de Asistencia Asequible  (Obamacare) dejaría a millones de estadounidenses sin seguro de salud, aunque luego de la elección sugirió que se moverá con cautela en esta área.

econLos problemas planteados por los descontentos estadounidenses, como resultado de décadas de abandono, no serán resueltos rápidamente ni mediante herramientas convencionales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar soluciones menos convencionales, cosa poco probable teniendo en cuenta los intereses corporativos republicanos. Por ejemplo, los individuos pueden ser autorizados a aumentar la seguridad de su jubilación poniendo más dinero en sus cuentas de la Seguridad Social, con los correspondientes aumentos en las prestaciones. Y las políticas integrales para la familia y la salud ayudarían a los estadounidenses a lograr un equilibrio trabajo/vida menos estresante.

Del mismo modo, sería deseable una opción pública para la financiación de la vivienda que permita a cualquier persona que ha pagado impuestos con regularidad generar  una hipoteca de pago inicial del 20%, en consonancia con su capacidad de pagar el crédito, a una tasa de interés ligeramente superior a aquella en que el gobierno puede pedir prestado para su propia deuda, canalizando los pagos a través de la declaración de impuestos a las ganancias.

Mucho ha cambiado desde que el presidente Ronald Reagan comenzó el vaciamiento de la clase media y aumentó sesgadamente los beneficios del crecimiento a los de arriba. Pero desde el rol de la mujer en la fuerza de trabajo al aumento de la actividad de Internet y el crecimiento de la diversidad cultural, los Estados Unidos del siglo XXI son fundamentalmente diferentes a los Estados Unidos de los años 1980.

Si Trump realmente quiere ayudar a aquellos que se han quedado atrás, tiene que ir más allá de las batallas ideológicas del pasado. La agenda que acabo de describir no es sólo acerca de la economía: se trata de alimentar una sociedad dinámica, abierta, y justa que cumpla la promesa de sostener los valores más preciados de los estadounidenses. Pero si bien esto es, en cierto modo, algo coherente con las promesas de campaña de Trump, de muchas otras maneras, es la antítesis de ellos.

Mi muy nublada bola de cristal muestra una reescritura de las reglas, pero no para corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en el sórdido viaje que dejó a tantos atrás. Por el contrario, las nuevas normas pueden empeorar la situación, sin incluir a más personas en el sueño americano.

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  • 1
  • Nov
  • 2016

En Estados Unidos la cadena de cafeterías Starbucks acaba de sorprender a sus clientes sacando un vaso de color verde en lugar del tradicional,  esperado para estas fechas, vaso rojo navideño.

Ante la sorpresa generalizada, y no poco enojo de los clientes, el CEO de Starbucks declaró: «Durante un momento de división en nuestro país, Starbucks quería crear un símbolo de unidad como un recordatorio de nuestros valores compartidos, y la necesidad de ser buenos unos con otros.»

En Estados Unidos hasta la profunda grieta social y política que divide a su sociedad sirve para ganar dinero.

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