¿Se puede escapar de lo ficcional al narrar? En artículos escritos a lo largo de medio siglo, Hayden White examina cuánto hay de literatura en la escritura de la historia.
Seguramente, el historiador estadounidense Hayden White estaría de acuerdo con el melancólico conde Augustus, personaje de la Baronesa Karen Blixen, quien bajo el pseudónimo de Isak Dinensen escribía: “He aprendido que no es posible pintar un objeto concreto, digamos una rosa, sin que yo, o cualquier crítico inteligente, podamos determinar, al cabo de veinte años, en qué período fue pintado o, más o menos, en qué lugar del mundo”.
Dicho en las palabras de Borges y para los acontecimientos de la historia que eran los que interesaban especialmente al crítico norteamericano, “el hecho, acaso melancólico, de que al cabo del tiempo, el historiador se convierte en historia y no sólo nos importa saber cómo era el campamento de Atila sino cómo podía imaginárselo un caballero inglés del siglo XVIII”. Agrega que hubo épocas en que se leían las páginas de Plinio en busca de precisiones. Hoy las leemos en busca de maravillas, y ese cambio, para el pícaro Borges, no ha vulnerado en absoluto la fortuna de Plinio.
Con un título que se parece a un programa, La ficción de la narrativa: ensayos sobre historia, literatura y teoría podemos acceder a cincuenta años de trabajo ininterrumpido de un teórico que revolucionó el campo de la historiografía. Su obra Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (1973) es un libro obligatorio para aquellos interesados en el campo de la historia, la literatura y su mutua dependencia. La ficción…recopila artículos inéditos que abarcan el medio siglo que va desde 1957 al año 2007.
Una manera de mirar el problema central de la obra de White es, por supuesto, preguntarse cuánto hay de literatura en la escritura de la historia. Sin embargo, para White, para quien en todo caso no se trataría de ninguna rebaja de la historia como disciplina, se trata más bien de preguntarse cuánto de historia, es decir, de verdad, hay en la literatura. En todo caso, cómo escapar (si es que ello fuera del todo posible y necesario) de este cuerpo extraño que se considera meramente “lo ficcional”.
La argumentación de White es doble: la narrativa como forma no tiene nada de natural; no relata simplemente cómo han sido las cosas y lleva su gran parte de ficción (incluso su mayor parte). Pero, por el contrario, lo ficcional no es mera obra de la imaginación y tiene su propio contenido cognitivo y de verdad. Por otra parte, literatura e historia están lejos de ser dos formas inmutables y tienen su fecha de nacimiento. Diríamos incluso que la misma fecha de nacimiento. Sería a todas luces profundamente anti-histórico pensar que la forma de reflexión histórica que se adoptó en el siglo XIX era la forma definitiva que tenía que adoptar para todos los tiempos. Para el problema de las crónicas literarias, por ejemplo, el punto inaugural sólo puede constituirse por una decisión de parte del cronista de tratar algún acontecimiento o conjunto de acontecimientos como representando el tiempo y el espacio en el cual aparece el fenómeno netamente “literario”, en oposición a los fenómenos “verbales” en general en la vida de un pueblo, una cultura o una civilización.
La literatura concebida como la alternativa artística del lenguaje ordinario o cotidiano fue un invento también del siglo XIX. Un invento que ponía en peligro a la historia como disciplina seria y que minaba implícitamente toda pretensión de un discurso lingüísticamente inocente. White, un relator también a su manera, nos relata cómo cuanto más realista se volvía la literatura tanto más se esforzaban los historiadores por distinguir de ella su propio discurso. Los novelistas románticos podían resultar ofensivos sólo porque presentaban lo imaginario bajo el aspecto de lo real. Los novelistas realistas, mucho más peligrosos, por el contrario, presentaban lo real bajo el aspecto de lo imaginario. White, que considera que la historia debería ser una preocupación de todo ciudadano culto y que está por supuesto en contra también de esa otra idea, cientificista, de que la obligación de la historia es relatar el progreso triunfante de su especialidad desde los orígenes hasta, digamos, ellos mismos, corta el nudo gordiano argumentando sólidamente que cada conjunto de acontecimientos puede tramarse de muchas maneras sin violentar por ello su facticidad.
No todo puede decirse en todo momento; pero la cultura nos provee de distintas tramas con las cuales sistematizar esos acontecimientos. White considera que al elegir la trama, al convertir en tragedia o comedia nuestro pasado, elegimos también nuestro presente. Al construir nuestro presente afirmamos nuestra libertad. Al buscar una justificación retroactiva para el pasado, nos despojamos, silenciosa y peligrosamente, de la libertad que nos permitió convertirnos en lo que somos.
Extraído de Revista Ñ 446. Por Santiago Bardotti