Los Límites del Honestismo

El honestismo es un término que puso en circulación el escritor Martín Caparrós en un ya recordado artículo en el diario Página 12 en el año 2009 titulado “Las elecciones y el honestismo” y que luego lo convirtió en una de las palabras incluidas en su libro «Argentinismos».

Caparrós definió el honestismo como “esa idea tan difundida según la cual –casi– todos los males de la Argentina contemporánea son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular. Llamo honestismo a esta tendencia a pensar que si los trabajadores ganan poco no es porque sus patrones se quedan con buena parte de lo que producen, y que si los desocupados no tienen trabajo no es porque el mercado argentino esté organizado para producir soja y servicios y comprar todo lo demás afuera, sino porque los políticos afanan.”

La consagración del honestismo se produjo en las elecciones de 1999 en la que triunfa la Alianza encabezada por el inútil Fernando de la Rua pero se fue incubando, como lacra, tal la caracterización de Caparrós, durante el menemismo, donde los políticos opositores y los periodistas críticos se dedicaron durante una década a poner en superficie toda la espectacularidad de la corrupción del menemato pero dejando en sombras lo importante: la destrucción del aparato productivo nacional y la entrega del país a los intereses financieros internacionales.

Caparrós le daba al término aún más claridad: “llamo honestismo al modo más reciente de disimular o negar u olvidar que nuestro país –y tantos otros– está como está porque sus estructuras económicas y sociales fueron armadas para que esté así, para que se beneficien unos pocos, para que se jodan los más”, es decir, el honestismo es una forma de la antipolítica, que niega las decisiones ideológicas y todo lo referencia a la honestidad o no honestidad del político. Lo que el honestismo esconde es que un honesto puede gobernar para los poderosos o bien puede gobernar para los sectores populares, lo mismo que un deshonesto.

Así como Caparrós afirmó que el honestismo tuvo su consagración en la elección presidencial de 1999 en la que se impuso Fernando de la Rua, también es posible afirmar que el honestismo ha vuelta a ganar una elección, la de 2015 que colocó a Mauricio Macri en la presidencia.

La cara más visible del honestismo en la Argentina ha sido Lilita Carrió, y creo que luego de estos 100 días del gobierno de Macri podemos decir que es la única verdaderamente honestista que queda en pié en la Argentina, porque el macrismo nacido al calor del honestismo ha demostrado que el honestismo tiene límites para sus votantes.

Para el honestismo es escandalosa la existencia de Cristobal López, hombre vinculado al poder kirchnerista y dedicado al negocio del juego y los medios de comunicación, pero no parece ser un problema que exista un Daniel Angelici, empresario del juego y parte del grupo de amigos íntimos del Presidente, ni que exista un Héctor Magneto, hombre fuerte de los medios argentinos que recibe múltiples negocios del nuevo gobierno.

Para el honestismo es escandolosa la existencia de Lázaro Baez, hombre vinculado al poder kirchnerista y receptor de obra pública, pero parece no ser un problema que exista Nicolás Caputo, “hermano de la vida” del presidente Macri que ha recibido decenas de contratos de obra pública en la CABA y ahora comenzó a recibirlos por cientos de millones de pesos de la Nación.

Para el honestismo eran un escándalo las carteras Luois Vuitton de Cristina Kirchner, pero no parecen serlo las joyas regaladas en Chile a la vicepresidenta Michetti.

Para el honestismo era inadmisible la hija del Ministro Rossi como funcionaria en el Banco Central pero no lo son los hermanos del Ministro Peña en diversas áreas, el ahijado galán de la Ministra Bullrich en Anses ni el yerno del Ministro Aguad en el ARSAT.

Para el honestismo era escandaloso que la entonces novia del vicepresidente se convirtiera en panelista de diversos programas televisivos oficialistas, pero no parece preocuparle que la novia del Ministro Avelluto haya sido nombrada como Coordinadora de Prensa del Ministerio de Cultura.

Para el honestismo era imposible de soportar que el avión presidencial pudiera usarse para llevar a la hija o hijo de Cristina Kirchner pero no parece ser relevante que el helicóptero presidencial transporte hasta el jardín de su casa en el country al ministro Dietrich y su hijo adolescente.

El honestismo, por principio, no debiera aceptar que la primera dama tuviese una marca de ropa acusada de contratar talleres clandestinos, que la compañía de aviación de la familia presidencial, Macair Jet, se quede con rutas de propiedad de Aerolíneas Argentinas, que continúe en las sombras el escándalo por la derivación de fondos públicos por cifras millonarias a agencias de conocidos periodistas como Fernando Niembro o Luis Majul, que el Presidente pase sus minivacaciones de Semana Santa en la estancia de un millonario británico condenado como delincuente por apropiarse de áreas públicas y además accionista de Edesur, principal beneficiaria de los aumentos en la electricidad, y tantas otras cuestiones que el honestismo parece no registrar.

En su edición de hoy el oficialista diario Clarín, a través de uno de sus columnistas estrella, le dice a la honestista Carrió: «Cuidemos al Presidente, Lilina mía (…) que Nico Caputo, el amigo del Presidente, haga obras con el Estado es un problemita que deberíamos hablarlo en la intimidad, sin levantar tanta polvareda».

El honestismo argentino parece haber alcanzado su límite, y la única que sobrevive a esta “lacra de los noventa”, como la calificó Caparrós, es Elisa Carrió; ya que ni siquiera su copia simulada, Margarita Stolbizer, ha sobrevivido al límite del honestismo cuando al preguntársele por el rol de Angelici en el gobierno declara “no conozco el tema así que no puedo opinar sobre eso” mientras elige el tono de rubio que se pondrá si finalmente es elegida como jueza de la Suprema Corte.

Creo que el honestismo está muriendo, y quizás en cuatro años habrá terminado su agonía, y como prueba de que alguna vez algo así existió solo quede el testimonio vivo de la inefable Lilita.

A partir de ahora nadie puede levantar la bandera del honestismo para desviar la atención, propia o ajena, de lo que realmente pasa. El kirchnerismo fue un cambio cultural que intentó volver la política a su lugar de poder, el honestismo encarnado por el triunfo de Macri fue la fuerza en contrario que va quedando desnuda, la antipolítica puesta a suponer que los problemas de los argentinos radican en la existencia de dirigentes corruptos. Pero cuando al honestismo se le caen los ropajes quedan al descubierto las ideologías, los pensamientos, las prioridades, los intereses y las intenciones, o sea, la política, porque una derecha honesta no es menos derecha que una deshonesta, lo importante finalmente es no quedarse con los fuegos artificiales del honestismo, ese que parece haber alcanzado finalmente su límite.

Hoy cuando llueven los despidos en lugar de las inversiones, aumentan los precios por encima de los salarios, se siguen enriqueciendo los más ricos pero se emprobecen los más pobres, se encadena un tarifazo tras otro con porcentajes obscenos del 300 0 400%, se transfiere riqueza a los sectores más poderosos, se anula la posibilidad de jubilarse para cientos de miles de argentinos, se ingresa en una nueva etapa de endeudamiento financiero, donde las PYMES entran en terapia intensiva y los derechos adquiridos por millones de argentinos son catalogados como «una fiesta», los ciudadanos deberán optar por apoyar este modelo conservador, retrógrado y de derecha o no hacerlo, pero ya sin la tabla de salvación de su buena conciencia que fuera el agonizante honestismo.