La infancia para los que tenemos 50 ha sido el tiempo de la inocencia, los años en que todavía todo estaba por descubrirse, un lugar protegido, no como en el siglo XXI por una protección material y paterna, sino por la protección de los sueños, de los juegos compartidos, de los espacios públicos dispuestos a la aventura.
En ese bello paréntesis de la infancia todo estaba idealizado: los padres eran supermanes, las maestras segundas madres, mi equipo el mejor del mundo, el barrio un mundo, y los amigos personas exactamente iguales a uno, es decir, perfectas.
Los amigos en la infancia eramos hijos comunes de nuestras madres comunes, cómplices de todos los descubrimientos, leales en las travesuras, socios en las alegrías, aquellos con quienes uno podía pelearse sabiendo que al otro día la amnesia se llevaría las razones del desencuentro.
Luego de la infancia la vida cambia, y para los que tenemos 50 el límite de la infancia lo marcaba drásticamente la salida de la escuela primaria hacia la secundaria, esa coyuntura era como cruzar una frontera convencidos que del otro lado nos esperaba el futuro, aunque nadie nos diría que luego de cruzarla no había vuelta atrás, que el tiempo de la inocencia tocaba a su fin.
Pasado ese tiempo una se metía en el torbellino de la vida, pero esa es otra historia.
Yo crucé aquella frontera en el año 1973, casi cuando el país mismo la cruzaba, y ayer, 38 años después, volví a encontrarme cara a cara con tres de aquellos seres perfectos que conocí en mi edad de la inocencia.
Agradezco haberlo hecho, no por la pretensión de regresar a un tiempo imposible, sino por volver a verle las caras a Daniel, a Pascolito y a Marcelo, reírme de algunos bellos recuerdos, pero fundamentalmente sentir que aquel vínculo se mantiene intacto, como si la frontera se hubiera cruzado ayer.
Nos despedimos prometiéndonos un renovado encuentro con más sillas a la mesa para recordar el pasado pero sobre todo para disfrutar nuestros presentes. Pero aún cuando eso no sucediera ha sido una experiencia placentera sentir que los cuerpos aquellos han crecido, pero esos seres perfectos siguen allí, viviendo adentro de mi corazón.
Hola guillermo!!!! Serás bienvenido sin dudas.
Un abrazo
saludo el reencuentro muchachos si bien no pertezco al curso si me aceptan participare gustoso del proximo
Guiilermo Pascolo
Claudio,
Me emocionaron mucho tus palabras. El idealismo que rodea a la persona que uno dejó de ver, aumenta aún más cuando al que uno deja de ver es al amigo de la infancia, y es mágico el reencuentro cuando uno reconoce en el adulto al niño aquel con el que compartió la propia infancia. Me alegro mucho que hayan tenido la mágica oportunidad de ese primer reencuentro y estoy segura que en los próximos volverán a sentir esa misma alegría.
Un fuerte abrazo.
Silvana ( esposa de Alfredo Páscolo)