Una joven argentina repetía el habitual contenido del discurso antichavista en un tuit en el contexto de la muerte del líder venezolano, y finalizaba con una breve frase que de alguna manera terminaba desmoronando todo el relato anterior: “¿Por qué lloran?”.
Esa pregunta entre ingenua y desconcertada, frente a las imágenes desgarradoras de millones de venezolanos en las calles lamentando la muerte de su Presidente, es la más clara fotografía de la incapacidad de reconocer al otro diferente en toda su dimensión. La imposibilidad de los que tienen de entender a los que no tienen, la aceptación brutal de la incomprensión en que navega una Latinoamérica repleta de “invisibles” por siglos, invisibles que ahora lloran la muerte de quien los ha hecho visibles en una Venezuela implacablemente injusta.
Pero, ¿por qué lloran?
Hugo Chavez llegó al gobierno en 1998 luego de fracasar en un intento de golpe de estado en 1992 contra el presidente Carlos Andres Perez, por entonces el representante en Venezuela de la ola neoliberal que cubría Latinoamérica.
El intento de golpe de estado de 1992 tiene un claro origen en febrero de 1989 cuando de a miles hombres y mujeres, sobretodo jóvenes, bajaron de las villas que rodeaban Caracas para generar el primer estallido social contra los ajustes neoliberales en el mundo, lo que se dio en llamar El Caracazo. El Presidente Perez acababa de decretar un brutal ajuste económico emanado de las directivas del FMI con el sello del Consenso de Washington y la impronta neoliberal. El resultado de este estallido aún hoy se mantiene en el terreno del misterio, de 300 a 3000 muertos varían las cifras entre oficiales y extraoficiales, todos ellos pobres invisibilizados que por dos días se volvieron visibles para luego de la represión violenta regresar a las sombras.
Entre 1992 y 1998 Chavez, preso e indultado, se fue erigiendo para los invisibles venezolanos en una esperanza.
Venezuela era en 1990 ya un país partido en dos, gobernado por liberales y conservadores durante un siglo que lograron que en 1970 fuese el país con mayor ingreso per cápita de Latinoamérica fruto de ser el mayor exportador de petróleo del mundo, pero también uno de los de más injusta distribución de la riqueza.
Dice Eduardo Galeano en sus “Venas Abiertas…”
En las laderas de los cerros, más de medio millón de olvidados contempla, desde sus chozas armadas de basura, el derroche ajeno. Relampaguean los millares y millares de automóviles último modelo por las avenidas de la dorada capital. En vísperas de las fiestas, los barcos llegan al puerto de La Guaira atiborrados de champaña francesa, whisky de Escocia y bosques de pinos de Navidad que vienen del Canadá, mientras la mitad de los niños y los jóvenes de Venezuela quedan todavía, en 1970, según los censos, fuera de las aulas de enseñanza.
Esa era la Venezuela anterior a la llegada de Chavez al poder en 1999, votado por el 56% de los venezolanos, la mayoría de ellos esos invisibles esperanzados que una década atrás habían bajado de los cerros de Caracas a protestar por su subsistencia a riesgo de recibir la muerte.
En términos estadísticos pueden observarse con claridad las diferencias entre la Venezuela anterior a Chavez, gobernada por y para el sector más encumbrado de la sociedad, y la Venezuela post Chavez, en la que aquellos invisibles se han vuelto protagónicos.
Entre 1999 y 2012 el PBI aumentó más de tres veces, la deuda pública se redujo a la mitad, el desempleo se redujo del 15% al 6%, la inversión social se duplicó, la pobreza y la indigencia se redujeron drásticamente, se produjo un profundo proceso de redistribución de riqueza de los más ricos al resto de la sociedad, ya que el 20% más rico pasó de ganar el 53% al 44% del total de ingresos de los venezolanos, mejoró el Índice de Desarrollo Humano que mide la calidad de vida general y el Coeficiente Gini que mide la desigualdad social, pasando Venezuela a ser el país menos desigual de América Latina, la tan criticada tasa de inflación es similar antes y después de Chavez, se desplomó el analfabetismo, creció de manera acelerada la matrícula de todos los niveles educativos, habitualmente con graves problemas de acceso para los más pobres, fundamentalmente en la educación universitaria que pasó de 700 mil a más de 2 millones de estudiantes, la desnutrición infantil se redujo a la mitad.
Poder entender que todas esas transformaciones derivan en la mejora de vida de aquellos a quienes NUNCA NADIE dedicó su atención, es la diferencia entre no comprender por qué lloran la muerte de quien sí les dio toda su atención y trabajo político, y no entender nada.