Podríamos decir muchas cosas de Haití, país sumido hoy en un drama que impacta cualquier sensibilidad humana, y que forma parte del menú de nuestra pantalla cotidiana a cada momento del día.
Podríamos decir que fue la isla más rica de las Antillas, el sostén económico de Francia durante el siglo XVIII, la primera república independiente de América Latina, el primer país americano en abolir la esclavitud, la primera nación en expulsar al colonizador blanco.
Que sufrió la intervención militar norteamericana desde 1915 a 1934 y la intervención permanente del gran país del norte en los asuntos políticos haitianos durante todo el siglo XX, incluyendo el respaldo a las sangrientas dictaduras de los Duvallier, padre e hijo.
Podemos esgrimir estadísticas y sostener que Haití tiene el 80% de la población por debajo de la línea de pobreza, que dos tercios de su población se encuentra desempleada o subempleada, que en 1994 el primer presidente libremente elegido de su bicentenaria historia, Jean Aristide, fue derrocado por un golpe de estado a partir del cual se aplicaron los planes de ajustes impulsados por los organismo multilaterales de crédito que se implantaron en la década del 90 en toda América Latina, que su Producto Bruto Interno ocupa el lugar 134 sobre los 180 países del mundo, que su Índice de Desarrollo Humano es peor aún ocupando el lugar 148, que el 45% de su población es analfabeta, que más de la mitad de sus 9 millones de habitantes vive en zonas rurales, que el 10% más pobre recibe solamente el 0,7% de la riqueza y el 10% más rico se lleva el 47,7% de la riqueza del país.
Podríamos contar que desde hace 6 años Haití es un país ocupado por fuerzas militares de las Naciones Unidas, por medio de la llamada Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización, y que esa estabilización política impuesta desde el exterior solo produjo beneficios a las inversiones internacionales pero no mejoró en nada la situación social de la población, siendo el presupuesto anual de la misión de la ONU solo un poco menor que todo el gastos social de Haití en el año.
Podemos describir que el 70% de las casas de Haití son de madera o lata, que solamente un 40% de la población tiene acceso a agua potable, que no existe un servicio ordinario de recolección de basura, que el salario promedio no supera los 40 dólares pero el hospital público cobra 20 dólares un análisis de rutina, que la tasa de mortalidad infantil es de 60 por mil, que solo uno de cada cuatro partos son asistidos por personal médico, que la expectativa de vida es de 49 años, que tiene el 2,2% de su población infectada de HIV-Sida, que el 80% de los colegios es privado aún en las zonas más pobres.
Podríamos comentar que Haití es centro productivo de maquilas, es decir, fábricas en los que reina la explotación laboral (sin horarios, sin pago de horas extras, sin indemnizaciones, sin seguros, sin licencias pre y post-parto, sin sindicalización), y donde empresas del primer mundo utilizan trabajadores para confeccionar sus productos a los que les pagan entre 3 y 5 dólares diario, productos que luego venden en todo el mundo. Empresas multinacionales como Sears, Levi´s, Disney o Wal-Mart fabrican sus productos en las maquiladoras instaladas en Haití. Como ejemplo, pijamas de Disney que se venden en las tiendas Wal-Mart de Estados Unidos a 12 dólares son confeccionados por trabajadores que cobran 3,33 dólares diarios, por lo cual puede calcularse que 20 trabajadores de Haití que producen en un día mil pijamas cobran en total 66,60 dólares que irán a comercializarse por un valor de 12.000 dólares en Estados Unidos (estos datos no provienen de ninguna fuente “interesada” sino del National Labor Committee (NLC) de Estados Unidos).
Podríamos agregar que desde Haití no solamente sale indumentaria para ser vendida en Estados Unidos, sino también droga. El 10% de la droga que se consume en ese país ingresa procedente de Haití como parte de su viaje desde Colombia. Este circuito permite incluir a Haití en los flujos del lavado de dinero constituyendo el producto del tráfico de drogas sumado al ingreso de dinero que envían los emigrados haitianos a sus familias (remesas) las dos principales fuentes de financiamiento del sistema económico haitiano.
Todos estos datos solo son un cúmulo de evidencias que nos dicen que el terremoto natural que destruyó los cimientos de las casas de Haití fue precedido por un terremoto social que viene asolando a este país desde hace 200 años.
Quizás las palabras no sean suficientes en estos casos.
En 2008 la UNICEF entregó el premio a la mejor fotografía del año a una joven belga de 21 años, Alice Smeets, que tomó la instantánea que se puede ver arriba, la de una niña haitiana frente a su lugar de residencia, el barrio llamado Ciudad del Sol, la villa miseria más grande de Haití, en la capital Puerto Príncipe, donde viven 700 mil personas (cerca del 8 % de la población total del país).
Esta foto forma parte de una serie realizada por Smeets en la zona de Puerto Príncipe, y estas imágenes que invito a recorrer nos dicen a las claras que las dramáticas escenas que podemos ver en los canales de televisión de todo el mundo reproducidas una y otra vez en estos días, producto de LA noticia del terremoto que destruyó todo lo que se encontraba construido sobre el suelo, no son más que las mismas dramáticas imágenes de un permanente terremoto subterráneo que desde hace más de un siglo Haití viene sufriendo, un terremoto permanente que no sale en el prime-time de la televisión global y que es más cruel e inaceptable que el fenómeno natural, por dos razones: porque en este caso la tragedia es fruto de la voluntad humana y porque a diferencia del terremoto es algo que pudo evitarse.
Serie fotográfica Growing Up in Haití
Serie fotográfica Haití – A Nation´s Persistence