Entradas del mes febrero, 2010

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Los próceres no dejan de ser héroes si se recuperan sus rasgos humanos. Por el contrario, como argumenta aquí María Rosa Lojo, su figura mítica se construye a partir del rango de simple mortal. Martín Kohan escribe a su vez sobre el héroe nacional.
Los héroes emergen en los mitos de todas las tradiciones culturales, desde los comienzos de la imaginación humana, como lo ha señalado el estadounidense Joseph Campbell en su ya clásico libro El héroe de las mil caras. A través de ellos los distintos pueblos negocian con el mundo sus terrores y sus deseos y avanzan sobre lo desconocido. Pero las figuras heroicas no se quedan en los viejos mitos ni en leyendas remotas. Aun en las desarrolladas y secularizadas sociedades occidentales, sus figuras de potente pregnancia simbólica reaparecen en nuestros sueños y bajo formas y reelaboraciones diversas –del cartoon a las animaciones digitales, de los cuentos de hadas al cine– ocupan el imaginario estético y la fantasía colectiva.

Los héroes míticos abandonan las seguridades hogareñas, se lanzan a la aventura o, sin saber bien cómo, se encuentran en el medio de ella. Vivos o muertos, entran en las tinieblas y sufren todo tipo de pruebas, caen en precipicios o pelean con monstruos, pero surgen nuevamente a la luz, dueños ya de los secretos que guarda la oscuridad y de un modo u otro transmiten su revelación a los demás humanos. Traen el cambio, la regeneración, la renovación a una comunidad estancada y menesterosa. Y en un sentido más amplio (psicológico y también metafísico), son los campeones del autoconocimiento, los exploradores de la condición humana y de sus límites, los ladrones del fuego sagrado (o los descubridores de que ese fuego está oculto, y a disposición de quien se anime a rescatarlo, en el núcleo elusivo de cada ser).

Si bien en las tradiciones mitológicas hay heroínas que descienden a los infiernos (Psique baja en busca de su amado Cupido), por lo general las figuras heroicas combatientes están actuadas por imágenes masculinas. Las mujeres suelen ocupar en este imaginario otros papeles. Más que buscadoras ellas mismas, son las madres, las esposas, las ayudantes (sabia pitonisa, hada madrina) o las oponentes (bruja malvada) del buscador. Lo femenino se instala sobre todo como representación del mundo que se desea dominar o de la realidad que se aspira a conocer (doncella rescatada de las garras del guardián del tesoro). Aunque también hay heroínas guerreras entre los arquetipos tradicionales y el último descubrimiento del héroe, más allá de las apariencias de lo real manifiesto, lo llevará a concluir que lo masculino y lo femenino son dos caras de la misma moneda (como lo son también la eternidad y el tiempo), que la Divinidad se encuentra más allá de las contradicciones y los opuestos, y los incluye.

Dentro del fantasy contemporáneo, en libros, en filmes, en historietas, en juegos de rol, obras como La Guerra de las Galaxias, El señor de los anillos, las Crónicas de Narnia, recogen y resignifican en sus sagas, con variados matices, las situaciones del mito del héroe, así como lo hace Harry Potter, héroe infantil y juvenil, con sus dos fieles ayudantes: Ron (la acción valerosa) y Hermione (el estudio reflexivo y la inteligencia). Los juegos de video (The Legend of Zelda, por nombrar sólo uno) siguen los mismos moldes; la saga de Tomb Raider, con el personaje de Lara Croft, presenta la novedad de que el papel desempeñado usualmente por un héroe varón se encarna en una heroína exploradora que une un gran coraje y habilidad físicas a los conocimientos científicos.

Si bien los héroes luchan contra lo que se considera el mal no son, precisamente, figuras sujetas a los estándares morales ordinarios. La fuerza, el poder, el coraje, la astucia, la clarividencia los caracterizan por sobre todo, aunque no sean demasiado prolijos ni considerados en los métodos que emplean para conseguir sus objetivos. El «mal» también resulta un ámbito de difícil definición. Los mismos lugares horrendos y aparentemente infernales que atraviesan en sus pruebas pueden revelarles una faz esplendorosa y entregar sus dones escondidos, si, vencedores del miedo, insisten en el conocimiento de lo que sólo se ve como siniestro y ominoso. Tampoco la belleza importa demasiado en estas figuras, sino su inagotable energía. Así, el ancestral héroe irlandés Cuchulain (casi anticipando las distorsiones del «increíble Hulk») se convierte en un ser extraño y deforme que espanta tanto a amigos como a enemigos, cuando lo arrebata el frenesí de la batalla.

Héroes de la Historia

Los héroes viven en el tiempo sagrado del mito, donde los busca, tan a menudo, la fantasía, pero no por eso deja de reclamarlos también el relato de la Historia. Los primitivos héroes cosmogónicos, mezcla de hombres y de seres fabulosos, se vuelven cada vez más humanos y crean la cultura y las culturas en particular. Los imperios y las naciones han apelado siempre a ellos cuando se trata de exhibir antepasados ilustres, empezando por Roma, que proclama, en laEneida virgiliana, su descendencia de Eneas, el héroe troyano.

La inquietante confusión entre el plano mítico-simbólico y los procesos históricos ha llevado a interpretaciones por cierto peligrosas. Ya entrado el siglo XIX, el escocés Thomas Carlyle (De los héroes) propuso que la Historia de la humanidad podía y debía leerse como la biografía de unos pocos hombres excepcionales, elegidos por un Destino trascendente. Como lo vieron Chesterton y Borges, de aquí a las concepciones nazi-fascistas del héroe providencial sólo había un paso, que algunos líderes políticos e ideólogos no trepidaron en dar.

Si el mito heroico, como lo ha estudiado la psicología profunda de Carl G. Jung y sus discípulos, representa la gran aventura humana en cada uno de nosotros (varones y mujeres, ya que los roles e imágenes simbólicas masculino-femeninas funcionan en la psique de cada individuo), otra cosa muy diferente es la identificación de falibles seres de carne y hueso con los predestinados que conducirán a los pueblos a la victoria final. Si para el mito todos somos héroes, depositarios de posibilidades ignoradas, para estas ideologías la gesta de los seres anónimos, los intereses y reivindicaciones que los mueven, se difuminan tras la iniciativa del «hombre superior» que usualmente pretende saber mucho mejor que ellos lo que en verdad necesitan.

La formación de un imaginario para las naciones modernas no excluye el recurso a los héroes siempre serviciales, que suelen enmascarar bajo su faz augusta los partidismos y los sueños de gloria de los políticos o historiadores (o de los políticos historiadores), según advierte León Pomer (La construcción de los héroes). La creación de un «padre de la patria» no es automática ni espontánea. Suele precederla un intenso debate, como ocurre en la Argentina en el caso de San Martín, que estuvo lejos de ser héroe indiscutido para muchos de sus contemporáneos. Ni Alberdi, ni Sarmiento, ni Vicente Fidel López, ni siquiera Mitre lo eximen de críticas, algunas de ellas graves. Pero, como concluye Martín Kohan en su estudio sobre el prócer y su figura heroica (Narrar a San Martín), héroe nacional por excelencia no es el que no merece ninguna crítica, sino aquel que parece capaz de soportarlas y trascenderlas todas. Más allá de las antinomias, San Martín termina imponiéndose a las divisiones de cualquier índole, y garantiza, por lo tanto, la homogeneidad de una nación cuyos miembros deben reconocerse entre sí como hermanos. Se coloca así en el centro y por encima de un «panteón nacional», que también integran otras figuras consagradas por la llamada historiografía liberal (como Sarmiento, Rivadavia, Belgrano, Mitre, entre otros), éstas sí sometidas a los periódicos embates del revisionismo. En general, el resultado de la polémica no ha sido tanto el de expulsar a estos héroes del imaginario nacional, cuanto el de relativizar sus méritos y ampliar el panteón, instalando en él también a líderes de otras orientaciones políticas, como algunos caudillos federales.

¿Cómo han sido representados habitualmente nuestros próceres? El aparato didáctico en la enseñanza escolar supo instaurar un verdadero «culto laico» de los héroes patrios, de los fundadores de la Nación, que se empeñó en eludir algunos componentes básicos de la heroicidad: no sólo la vulnerabilidad humana (si el héroe fuera indestructible, si no padeciera, si no vacilase, poco valor tendrían sus empresas), sino también ese costado de ambigüedad que les reconoce el mito; no es la moral irreprochable (degradada no pocas veces en moralina), lo que define a un héroe sino su energía revolucionaria y fundadora. Semejante proceso los despojó de carnadura, de verosimilitud, y por supuesto, de interés para los estudiantes, como bien lo recuerda Arturo Jauretche en su libro de memoriasPantalones cortos: «Es que ningún héroe argentino ha tenido dolores, ni se ha calentado con una china ni le ha jugado una onza a una carta. Esa historia tal como se enseñaba en mi infancia tenía todo el opio que se le niega a San Martín y así los chicos preferían saber la de otros países, mucho más entretenida, por humana.»

Hay cierto consenso en atribuir tal «normalización» de los héroes a los planes pedagógicos que surgen alrededor del Centenario. La historiadora Diana Quattrochi-Woisson apunta a concepciones como las de Ricardo Rojas (La Restauración Nacionalista) o la de Juan P. Ramos (Historia de la Instrucción Primaria en la Argentina, 1809-1909). Una resolución inspirada por un informe de Pablo Pizzurno impone un minucioso ritual, un coherente despliegue de íconos, gestos y actos significativos: lectura de los hechos heroicos, efemérides del día, coro patriótico, himno a la bandera, conmemoración de todas las fechas patrias, visita al museo histórico, visita a todo tipo de monumentos y reliquias, retratos y cuadros de los héroes en las escuelas, concursos de composición, de lecturas y recitaciones de textos y temas patrióticos. Tal programática un tanto abrumadora se explica, en su momento, por la necesidad de homogeneizar y «nacionalizar» a los novísimos argentinos del aluvión inmigratorio. La indudable utilidad inmediata de tal práctica, arrojó efectos secundarios indeseables en cuanto a la obturación de una lectura crítica, matizada y objetiva del pasado y sus protagonistas.

Del mito y la Historia, a la novela

Mito y ficción narrativa, mito y novela estuvieron desde siempre vinculados, como que la ficción reescribe, en la vida de sus personajes, los hitos simbólicos del periplo mítico, sin que se reduzca por ello la singularidad estética de cada obra a una grilla arquetípica. Desde ya, se trata de un fenómeno literario universal, al que no escapa la literatura argentina. De Adán Buenosayres a Rayuela, de Los siete locos a Sobre héroes y tumbas o Eisejuaz, es posible seguir, con diversas inflexiones y resultados, este crucial itinerario. Sobre héroes y tumbas trabaja doblemente sobre el paradigma: los héroes novelescos que luchan por encontrar un sentido a sus vidas en el presente del relato, y los héroes de la Historia nacional, en el plano evocado. Pero Lavalle, figura del panteón escolar, no es contemplado en su acción victoriosa, sino en la derrota y en la huida de los suyos, y juzgado (a la vez que compadecido) en sus errores. Paralelamente, en el primer nivel narrativo, el ingenuo Martín va perdiendo su ingenuidad y su fragilidad, y el «héroe negro», Fernando Vidal Olmos, ingresa en un viaje tenebroso hacia el autoconocimiento.

Los personajes de la Historia, aplanados y manipulados por las necesidades y maniobras de la hora política, suelen recuperar en el ámbito polisémico de la literatura personalidades mucho más ricas, ambiguas y complejas. Los poderes de la ficción les han jugado trampas a los mismos que, desde una óptica de partido, se lanzaban a la condena o la apología. El célebre Facundo sarmientino resulta en esto emblemático. Como héroe narrativo, el caudillo riojano está cerca del héroe titánico fundacional, en cuanto a su carácter de numen poderoso, más allá de la moral corriente; se hermana tanto a personajes míticos fascinantes y siniestros (la Medusa) como al tigre que le da su apodo, y es también el representante antropológico de «la manera de ser de un pueblo». En otro mundo, en otro tiempo –concede Sarmiento–, sus cualidades innatas hubieran hecho de él un Napoleón o un César. En los salvajes llanos argentinos, en medio de una sociedad disuelta, no llega a ser un ciudadano, sometido a una ley objetiva, superior a su arbitraria voluntad, pero sí posee (como lo reconoce en su meditación del Día de los Muertos de 1885) la estatura de un héroe primitivo: un Ayax o un Aquiles.

Muy lejos del prócer se halla el Rosas construido por José Mármol enAmalia. Sin embargo, el héroe «bueno» de la novela, Daniel Bello, está peligrosamente cerca de este «villano» memorable: ambos comparten ciertos rasgos de carácter (determinación fría, capacidad de cálculo), de conducta (utilizar cualquier medio para conseguir sus fines) e incluso hábitos y prácticas que relacionan a ambos con el horizonte de la vida rural gauchesca.

Ni personajes míticos ni figuras plenamente humanas instaladas en el mundo real, con sus intereses económicos y sus contradicciones, nuestros héroes reconocidos quedaron a la espera de un debate que en efecto se produjo en las últimas décadas, tanto de la mano de la novela histórica, como de la historiografía académica y de divulgación, para «humanizarlos» y reinsertarlos junto a los actores populares en los procesos históricos concretos. La novela contemporánea ha estado dispuesta a ver los claroscuros de los héroes tradicionales, a crear para las figuras del panteón establecido espacios de intimidad donde no se permitían o eran inexistentes (un caso notorio: Ese Manco Paz, de Andrés Rivera), así como a incluir en la épica nacional, con relieves individuales, a las figuras del «bajo pueblo» (aun a los esclavos) borradas, o presentes apenas como telón de fondo, en la memoria oficial. También se ha preocupado por develar otro lado en sombra: la participación histórica de las mujeres, no sólo como madres y esposas, ayudantes y oponentes de los héroes, sino como heroínas cofundadoras.

Histórica o no, la novela sigue reescribiendo el difícil itinerario de los seres humanos a través de las pruebas de la vida. Desde luego, la (auto) revelación no siempre es el premio, o bien, existe, pero es trágica y oscura. Jacobo Deza, el intérprete de vidas y anticipador de conductas, protagonista de la trilogía Tu rostro mañana, de Javier Marías, descubre en ese rostro futuro su propia e insospechada capacidad para el mal. También entiende que, como en la vieja épica, aunque a menudo en clave paródica y grotesca, la mayor pulsión que mueve a los hombres es la de realizar «hazañas» que merezcan ser contadas, para sobrevivir en el relato. En un mundo donde el «ojo de Dios» y su Eterna Memoria han desaparecido, el producir hechos que permanezcan en la memoria de los otros humanos (aunque estos hechos se hallen en las antípodas de lo elogiable) parece ser el último refugio del melancólico «héroe de nuestro tiempo».

Revista Ñ – 20 de febrero 2010

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  • 19
  • Feb
  • 2010

Por Pablo Camogli, Historiador

En El crimen de la guerra, Juan Bautista Alberdi denuncia lo que por aquel entonces ya se había consolidado como método de interpretación y construcción historiográfica: la transformación de los actores bélicos en héroes y próceres. El autor de las Bases no pretendió efectuar una crítica literaria, sino, más bien, una reflexión política ante una realidad nacional que emergía de la violencia y que se pretendía reflejar en un panteón de próceres extremadamente cercanos a esa misma violencia.

En aquel libro, el autor fustigaba casi por igual a San Martín como a sus contemporáneos Mitre y Sarmiento. Al primero, porque lo consideraba simplemente un soldado y, por lo tanto, un hombre incapaz de alcanzar la altura política de un Washington, ya que la gloria de éste provenía de la libertad y no de la guerra. A los segundos, porque los creía culpables del doble crimen de la guerra del Paraguay y del sangriento conflicto interno que, con las montoneras jordanistas, cerraba su ciclo histórico.

Para la conciencia política de la élite liberal que por aquel entonces daba forma a la Argentina moderna, la Nación no sólo se fundaría desde la instauración de lo que Natalio Botana denominó como el «Orden conservador», sino que, además, sería necesario revestirla de un simbolismo que justificara aquel período genesíaco. De allí la búsqueda de héroes y la configuración de próceres que reflejaran un ideal que, por momentos, parecía surgido del «seno de una leyenda fantástica», tal la definición de Joaquín V. González.

La necesidad de crear próceres para la naciente patria desembocó en equívocos sobre la valía, el prestigio y los méritos de los individuos para alzarse con el ropaje de la gloria; en definitiva, no siempre un héroe se vestirá de prócer ni un prócer necesariamente será un héroe. Y ello se debe a una dimensión insoslayable del fenómeno: un héroe surge y se consolida en el seno de un pueblo que lo imagina hercúleo; un prócer sólo se materializa allí donde hay una acción institucionalizada que lo sustenta y lo impulsa como icono.

Quizás el ejemplo paradigmático de esto lo encontremos en los perfiles de Martín Miguel de Güemes y de Andrés Guacurarí y Artigas. Blanco hacendado y líder de gauchos el primero; jefe del pueblo guaraní en armas el segundo, ambos cumplieron el mismo rol durante el período independentista: servir de antemural frente al imperio español (Güemes) y al imperio portugués (Andresito). Nuestras actuales fronteras del norte se deben a ellos y es indudable que, tanto uno como el otro, fueron vistos como héroes por sus contemporáneos más directos: los gauchos en el caso de Güemes y los indios en el de Guacurarí.

Pese a ello, uno es un prócer indiscutido de nuestra historia y el otro todavía deambula en el ostracismo historiográfico, más allá del esfuerzo de algunos historiadores misioneros por rescatarlo.

Quizás Alberdi, enfrascado en la polémica frente a quienes ya le habían ganado la partida política en su país, vislumbró que era necesario desarticular aquel panteón que se gestaba al calor del positivismo decimonónico. Claro que ello sólo se lograría en la medida en que el orden que gestó esos próceres fuera cuestionado por la propia sociedad, la que, necesariamente, recurriría a nuevos héroes para avanzar hacia su próxima utopía.

Hay una figura que parece haber sobrevivido a todos los revisionismos: la de José de San Martín.

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  • 19
  • Feb
  • 2010

Por Martín Kohan

¿Cuál es el San Martín verdadero? ¿El anglófilo o el anglófobo? ¿El cristiano o el masón? «Admite todas las versiones –sostiene Kohan– incluso si se contradicen.»

Los libros sobre San Martín que no dicen nada nuevo no son menos indispensables que los libros que aparecen para decir algo que no había sido dicho antes o que no se recordaba que se hubiese dicho antes. Hay libros que aportan una novedad o que al menos lo pretenden; así, por ejemplo, el libro de Rodolfo Terragno que consignaba que el plan colosal de cruzar la cordillera de los Andes para luego liberar a Chile y por fin liberar a Perú fue tomado por San Martín de un inglés llamado Maitland; o por ejemplo la pretensión de José Ignacio García Hamilton de que nuestro Padre de la Patria no fue hijo regular de quienes siempre creímos que era, sino hijo irregular de su rival Alvear y de una india de ocasión. En estos libros había una novedad, o una ambición de novedad por lo menos, y en ese aporte encontraban en gran medida la justificación de su existencia. Pero no están menos justificados los libros que aparecen y no innovan, los que no hacen explotar entre sus páginas alguna revelación inesperada, los que vuelven sobre lo dicho y narran lo ya narrado. Porque la vida de San Martín es un cuento que siempre queremos que nos cuenten otra vez. Queremos que nos lo repitan, queremos oírlo de nuevo, queremos leerlo de nuevo. Y no para encontrar otra cosa; queremos oír de nuevo lo mismo, queremos leer de nuevo lo mismo. Queremos de nuevo la misma historia de siempre.

El libro que publica John Lynch cumple con este vital requisito. John Lynch es profesor emérito de la Universidad de Londres y director de su Instituto de Historia de América Latina; en libros anteriores se ha ocupado de la colonización española de América Latina, del reinado de Carlos V y de la vida de Simón Bolívar. Ahora ofrece San Martín. Soldado argentino, héroe americano. ¿Qué clase de San Martín nos propone Lynch? El mismo de siempre, que es el que importa. ¿Y qué hace Lynch con él? Nos lo confirma, lo ratifica, refuerza la dosis, subraya y asienta. ¿En qué héroe está pensando este historiador inglés en su libro: en el San Martín de la escuela o en el San Martín verdadero? La disyuntiva es vana y engañosa, porque el San Martín de la escuela es el San Martín verdadero. ¿De qué sirve preguntarse si hay verdad en el mito, cuando lo poderoso del mito es que produce verdad y no que sea verdad? El mito del héroe es la verdad del héroe; el bronce sanmartiniano es la prueba de su autenticidad.

La versión de John Lynch es versión en sentido estricto: variación sobre lo mismo. Con las garantías de la documentación fehaciente y el atractivo de la amenidad narrativa, nos procura a un San Martín que es otra vez el héroe de miras más altas, el paladín sin ambiciones personales, el mártir de los renunciamientos, el sacrificado que relegó la vida familiar, el prócer ecuánime que no quiso derramar sangre fraterna, el complemento simétrico de Simón Bolívar (mejorado por la modestia y el sentido de la discreción). Es la historia que conocemos del prócer que conocemos; es la historia de su vida y es también la historia de nuestro mito de origen. La vibración épica que imprime parejamente sobre una historia plagada de hazañas heroicas y de abnegaciones no menos heroicas nos señala a cada momento, como si hubiese que parafrasear al prócer, lo que somos y lo que debemos ser.

Decir fábula en este caso no supone decir falsedad, ni tampoco tergiversación. Esa clase de lucha, la de la verdad contra la mentira, la dirime cada historiador con su respectivo arsenal de pruebas y con la estrategia de validación que escoge o que le toca. Decir fábula supone decir también verdad, pero otra forma de verdad, una verdad de otra especie. Que se agrega a la verdad de los hechos, a la verdad constatada, y se combina con ella. Porque con relatos de esta índole, los relatos de la vida de un héroe nacional, la verdad de lo que fue se vuelve imposible de separar de la verdad de lo que significa. Aunque no se trate de literatura ni quieran serlo, participan a su manera del mundo del artificio narrativo, y las cosas que se cuentan resultan indisociables de la forma en que son contadas. En la verdad de lo acontecido existe José de San Martín, pero es sólo con la potencia fabulosa de la verdad de la significación que un Padre de la Patria emerge y se consagra.

John Lynch ajusta y actualiza el régimen de verdad que va a respaldar su relato. Distingue fuentes seguras de premisas establecidas pero discutibles, recusa documentos apócrifos o denuncia falta de pruebas, distribuye dudas y credibilidades; distingue a lo lejos un más allá de la certeza: lo que «no se sabe», y en el medio un territorio lo menos extenso posible donde habita lo conjetural, lo que hay que suponer, lo que es solamente probable. Llegado el caso, recurre a Mitre, pero si hace falta también cuestiona sus exageraciones. Apela a miradas de aquel tiempo, como la del General Paz, pero también a perspectivas contemporáneas como la de Patricia Pasquali o la de Rodolfo Terragno. Es decir, en fin, que como todo historiador meticuloso establece su propio dispositivo de certidumbres y consistencias, para que en ese pedestal se sostengan tanto su biografía como su biografiado.

Ahora bien, en esto como en todo, no existe repetición sin que exista diferencia. Lynch nos provee su San Martín no para que lo conozcamos, sino para que lo reconozcamos: a eso apuntará por necesidad cualquier lectura argentina de su libro. Pero a la vez, si bien confirma, también modula inflexiones que son muy propias. El San Martín que compone John Lynch es expresamente un «anglófilo San Martín», que marcadamente «puso sus ojos en Gran Bretaña» y que obtuvo a cambio la recompensa de que «siempre hubo un sesgo británico a favor de San Martín». A lo largo de la narración de Lynch, los habituales testigos y allegados británicos de su entorno se multiplican hasta el punto de dar la impresión de que casi no hubo acontecimiento que no se viese registrado por una mirada británica (un comodoro inglés, un viajero inglés, un general inglés, un cirujano inglés, un ministro británico, el cónsul británico, un oficial de la marina británica, otro viajero inglés, un viejo amigo de Londres, otro comodoro inglés, un capitán inglés, un observador inglés, un marinero escocés, una inglesa que lo conoció en Chile, un agente británico, un amigo irlandés) y que es por ese registro en gran parte que llega hasta nosotros.

Resulta igualmente notoria la disposición de Lynch a asegurar a un San Martín recatado (para lograrlo, administra sus fuentes: prefiere al recio soldado de José Pacífico Otero antes que al «santo de la espada» de Ricardo Rojas). Lynch decide un San Martín sin infidelidades para con la pobre Remedios, y desestima por «chismosos» los rumores en sentido contrario: ni amoríos con la atractiva criada mulata en Mendoza, ni un hijo no reconocido con Rosa Campusano en Lima. El esmero de John Lynch por hacer de San Martín un héroe perfectamente recto en su vida personal, con más celo aun en ese rubro que el que tuvieron sus apólogos vernáculos, entra en consonancia con su marcada voluntad de alejarlo de la masonería y aproximarlo lo más posible a la religiosidad cristiana. Para Lynch no existen pruebas de que San Martín «llegara realmente a formar parte» de la Logia de Cádiz; el carácter masónico de esas logias le parece dudoso; y su incidencia en la revolución de independencia, relativo o nulo. Apartando la influencia historiográfica de Mitre sobre esta cuestión, Lynch aparta a San Martín de la masonería; a cambio subraya que «parece haber acogido bien» el modelo de «un general cristiano, apostólico y romano» que le inspirara Belgrano, y que si bien pudo dar muestras de «una actitud sardónica hacia la Iglesia institucional», no lo hizo respecto de la religión en sí misma.

La visión de un San Martín masón puede herir susceptibilidades religiosas. Como puede también herir la sensibilidad de los nacionalistas anglófobos esta visión de un San Martín anglófilo. ¿Cuál es el San Martín verdadero? ¿El anglófilo o el anglófobo? ¿El cristiano o el masón? ¿El libertador republicano o el monarquista de alma? ¿El prócer al que visita Sarmiento, para la historia liberal, o el prócer que dona su sable corvo a Rosas, para la historia revisionista? Acaso convenga advertir que el verdadero San Martín no es uno u otro, sino un héroe de la plasticidad: un héroe que admite y soporta todas las versiones necesarias, incluso si se contradicen. Su potencia heroica y su eficacia simbólica tal vez no radiquen en la fijeza inamovible de tal o cual posición, sino en la capacidad de su figura para asumir posiciones bien distintas. De ahí su predominio: no hay ninguna versión de la argentinidad que no pueda o que no deba remitirse ante todo a él. Todas las argentinidades posibles: la que rompe con España o la que se deriva de ella, la que odia a Inglaterra o la que la ve como una aliada en las guerras de independencia, la que exalta el militarismo o la que lo limita, la que se expande con ambición o la que se reivindica anticolonialista, la que traza la trilogía San Martín-Belgrano-Sarmiento o la que traza la trilogía San Martín-Rosas-Perón, la que recupera el pasado indígena o la que lo anula; todas, en fin, las argentinidades posibles, pueden contar con San Martín y señalarlo en el lugar de la fundación de su identidad. Esa clase de verdad, que no es una sino muchas, lo consagra una y otra vez, lo diseña invulnerable.

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  • 13
  • Feb
  • 2010

Se han borrado los límites entre legalidad y crimen, dice el historiador y sociólogo italiano

Elisabetta Piqué para La Nación – 3/2/10

No llevan más coppola y lupara, el tradicional sombrero y el clásico fusil de los mafiosos. No son más simples asesinos o delincuentes que escapan de la justicia. Son empresarios y managers de la nueva economía global, que saben idiomas, llevan laptops y se mueven con lógica empresarial.
Según el historiador y sociólogo Francesco Forgione, ex presidente de la Comisión Parlamentaria Antimafia de Italia, así son los padrinos de las mafias italianas del siglo XXI, que él define como «la otra cara de la globalización».
«La mafia es mafia por su relación con la política y las instituciones», dice Forgione. El es calabrés, de 49 años, autor de Mafia export , un libro recién salido en Italia que, por primera vez, cuenta cómo las tres principales mafias italianas -la Ndranghetta calabresa (hoy la más global y potente), la Cosa Nostra siciliana y la Camorra se han trasnacionalizado.
«La mafia es el único producto made in Italy que no conoce la crisis», dice irónicamente Forgione, periodista y escritor comprometido desde hace años en la lucha contra la criminalidad organizada, que debe moverse con escolta desde hace 15 años.
«Las mafias italianas, por medio de su sistema de empresa, su coparticipación accionaria en sociedades e institutos de crédito y una extraordinaria capacidad de movimientos financieros de un rincón a otro del mundo, han conquistado un lugar protagónico en la globalización», afirma.
¿De qué forma?
Las mafias contribuyen, como si fueran pequeños Estados, en la formación de ese PBI mundial que se alimenta de la denominada economía canalla. Ndranghetta, Camorra y Mafia registran una facturación anual de entre 120 y 180 mil millones de euros. Sólo un 40 o 50% de esta gran masa de riqueza se reinvierte para regenerar las actividades criminales: contrabando, tráfico de droga y armas, pago de «salarios» a los afiliados, asistencia a los arrestados y sus familias; el resto, en mil formas y mil modos, entra en la economía legal.
Usted en su libro menciona a la Argentina…
Desde la Argentina las rutas de la cocaína van hacia las costas africanas, donde hay lugares que se han convertido en verdaderos puertos francos para el arribo y para la partida de la droga hacia el Mediterráneo.
¿Pero hubo un salto cuantitativo de la Argentina?
No. A medida que se determina una forma de represión mayor que el narcotráfico en Colombia o en Brasil, los puntos de partida se corren hacia la Argentina, o viceversa. No hay una regla.
Usted dijo que en la crisis al único made in Italy que no le va mal es a la mafia…
Claro, porque las mafias tienen una cantidad de riqueza líquida, producida sobre todo por el tráfico de cocaína y de droga, en momentos en que la economía es de papel. Por eso hay que estar muy atentos en esta fase de crisis para tratar de entender adónde, también gracias al concurso de algunos bancos, terminan los capitales criminales y los capitales mafiosos.
¿Es decir que también los bancos son un problema?
¡Los bancos son el verdadero problema! El sistema bancario, detrás de la exigencia del secreto en los movimientos de las transacciones financieras, ha representado el instrumento fundamental que las mafias han tenido para reinsertar su dinero en la economía legal.
Usted dice que el mafioso no es más el que tiene la coppola y la lupara…
Claro. No sería pensable esta fuerza económica de las mafias sin la connivencia de un estrato burgués de escribanos, contadores, profesionales, «inmobiliaristas». Esta es la otra cara de las mafias.


¿Y también la relación con los políticos?

Esto es fundamental. Si no hubiera habido una relación con la política y las instituciones, no habríamos tenido mafias, sino formas normales de criminalidad. Se convierten en mafias porque tienen conexiones con el poder político, con el poder económico y con el poder financiero.
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FRANCESCO FORGIONE
Historiador y sociólogo
Edad: 49 años.
Nació en: Calabria, Italia.
Profesor: enseña Historia y Sociología de las Organizaciones Criminales en la Universidad de LAquila.
Vigilado: por el tenor de sus libros (entre ellos, Amigos como antes. Historias de mafia y política en la Segunda República), vive con custodia especial desde hace quince años.

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  • 13
  • Feb
  • 2010

Documenta en un libro la presencia mundial de las mafias de Italia y alerta que “México corre el riesgo de volverse un narcoestado

Periódico La Jornada – México 13-2- 2010

De acuerdo con Francesco Forgione, autor del volumen Mafia export (come’Ndrangheta, Cosa Nostra e Camorra hanno colonizzato il mondo), de reciente publicación en Italia, “los grupos delictivos de México representan hoy una de las rutas fundamentales para la cocaína y la mafia italiana calabresa de la ’Ndrangheta, distribuidora mundial de esa droga”.

Forgione, quien ocupó el cargo de presidente de la Comisión del Parlamento italiano contra la mafia, entre 2006 y 2009, ha realizado una documentada investigación en torno a cómo se han infiltrado las tres principales mafias italianas en el mundo, cómo se han globalizado económica y financieramente y cuáles son sus alcances y dimensiones.

A diferencia de una de las más relevantes y esclarecedoras crónicas sobre la camorra, escrita por el periodista italiano Roberto Saviano, en su libro Gomorra, por el que tiene que permanecer oculto debido a las amenazas de muerte, el libro de Forgione documenta una de las mayores exportaciones de Italia a nivel global: la delincuencia organizada.

De visita en México para, entre otras actividades, presentar dicho volumen en el Instituto de Cultura Italiano, el también sociólogo estuvo acompañado por los investigadores y académicos mexicanos Germán Castillo y Samuel Gonzáles Ruiz, quienes citaron y refrendaron las apreciaciones y afirmaciones de Forgione.

Hipocresía de los gobiernos

En el caso de los grupos delictivos de México y su impetuoso crecimiento en el tráfico internacional de drogas, refirió Castillo, “Forgione lo hace mediante la historia de una familia calabresa ’Ndran-gheta que se avecinda en Nueva York, donde la falsa fachada de una pizzería sirve como oficina de representación internacional”.

De acuerdo con Castillo, quien cita al autor: “Los cárteles de Tijuana, Juárez, Golfo y Sinaloa son las principales organizaciones vinculadas con la mafia italiana, mientras otros como La Familia, sólo han adoptado algunas prácticas como el cobro de protección, un impuesto de la mafia italiana que es conocido como pizzo”.

Continua Castillo: “Nicola Grattierim, fiscal antimafia de Regio Calabria, ha señalado que los mexicanos han contactado con la ’Ndrangheta porque, aunque tienen el monopolio del narcotráfico en Estados Unidos, quieren entrar en el mercado europeo. Las investigaciones indican que Los zetas, brazo armado del cártel del Golfo, son el principal socio de la mafia calabresa, pero no el único.

“Es claro que las organizaciones mexicanas del narco y los más importantes grupos de la mafia italiana han fortalecido sus nexos en el último año, con cocaína y drogas sintéticas como mercancías principales, desplazando a grupos colombianos que trasiegan drogas, según información del Departamento de Justicia de Estados Unidos y de la Procuraduría Antimafia de Italia”, refirió Castillo.

Forgione resalta que el peligro de que esa violencia perdure en México, es que penetre en la sociedad en forma de indolencia, indiferencia, de inmovilidad por el miedo que en ciertas zonas existe, por lo que es necesario, por un lado, endurecer leyes contra el crimen organizado y, por otro, insistir en el terreno de lo social.

Lo anterior, abundó el académico mexicano, “sirve para ilustrar la opinión del ex parlamentario italiano, en el sentido de que México corre un serio riego de convertirse en un narcoestado”.

En su investigación, Forgione, continuó Castillo, “exalta la guerra entre los cárteles y las más de 6 mil 200 ejecuciones del 2008. Solamente Ciudad Juárez es considerada la más peligrosa en el mundo con mil 600 ejecuciones en el mismo año. Y Forgione abunda con una cuenta trágica y macabra cercana a 200 decapitaciones, con fines de demostración de fuerza, para someter a las población de ciudades enteras y regiones al querer de los nuevos patrones”.

Castillo, destacó al igual que González Ruiz, que el trabajo de Forgione traza y expone por primera vez una serie de mapas geocriminales, que exhiben los principales proyectos de colonización económica mafiosa, especie de fotografía del estado actual de la globalización oculta.

En su momento, Forgione explicó que su investigación busca exponer “la hipocresía (presente en todos los países del mundo) de las autoridades políticas y financieras, así como demostrar que las mafias italianas (la Cosa Nostra, la’Ndrangheta y la Camorra), han ido paulatinamente colonizando el mundo, pues se trata de una historia que en un principio fue de inmigración, luego económica, social y moderna”.

Este libro, comentó, presenta mapas completos de las familias mafiosas, su infiltración país por país, abarcando prácticamente todo el mundo. Está documentado seria y profundamente, pues uno de los objetivos es buscar a la mafia, donde ésta no se ve. Tiene una narración ágil y mediante diversos apuntes tanto históricos como contemporáneos se documenta cómo las mafias son la otra cara: la globalización oculta.

Hoy día, abundó el autor, “la dimensión de las mafias en el mundo es principalmente financiera, cuya participación o coparticipación en sociedades e instituciones crediticias, les permiten una extraordinaria capacidad de movimientos financieros de un rincón a otro del mundo, conquistando así un lugar protagónico en la globalización.

Tales movimientos no se ven y eso alimenta la hipocresía de gobiernos e instituciones. Y por esa razón no combaten a la mafia en su real dimensión, es decir, financiera y social; sólo lo hacen en la parte criminal.

Los bancos son el verdadero problema! El sistema bancario, escudado en la exigencia del secreto en los movimientos de las transacciones financieras, ha representado el instrumento fundamental que las mafias han tenido para reinsertar su dinero en la economía legal, citó Castillo al autor.

Forgione explicó la acumulación económica de cómo un kilo de cocaína, por ejemplo, “en manos del productor cuesta alrededor de mil 200 dólares, en manos del narco vale 25 mil dólares, en manos de la mafia italiana vale 60 mil dólares y el mismo kilo cuando llega a Nueva York, Milán, París o Londres se multiplica por cuatro, es decir, cada de esos cuatro kilos vale alrededor de 60 mil dólares. Lo que genera 240 mil dólares.

“Esa riqueza va a lavarse generalmente en la economía legal, haciendo perder la frontera entre economía legal e ilegal. En ocasiones se comercian sólo pocos kilogramos, pero también grandes cargamentos.”

Auténticos holdings

Forgione ofreció más datos. Las mafias italianas anualmente producen una riqueza de 150 mil millones de euros, y 30, 40 por ciento se destina a la actividad criminal clásica: tráfico de droga, de armas, de personas o prostitución y el salario de los afiliados; 60 por ciento se destina a la economía legal.

De acuerdo con el autor, la ONU asegura que 5 por ciento del producto interno bruto global es capital de la mafia.

Las mafias “han sabido adaptarse a la globalización y más allá de sus manifestaciones más sanguinarias, se han convertido en auténticos ‘‘holdings económico-financieros criminales”, terreno en el que deben ser perseguidos, combatidos y derrotados por los gobiernos. Es necesario arrebatarles su riqueza para que dejen de tener poder, ya que si lo hacemos sólo desde los tribunales, no se consigue nada.

A Forgione no le gusta hablar de su seguridad o de la escolta que lo protege, pues considera que la lucha contra la mafia y su globalización no es de superescritores, superpolicías o supermagistrados, sino que, además de las medidas que debe tomar el gobierno, debe ser un movimiento social organizado.

Mafia export esboza por primera vez mapas de la penetración de las mafias italianas en Alemania, España, Suecia, Canadá, Gran Bretaña, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Venezuela, Australia y México, entre muchos otros.

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  • 10
  • Feb
  • 2010

Nelson Castro es un periodista, y también médico de profesión.

Néstor Kirchner es un ex – presidente de la de Nación.

Ambos personajes tienen puntos de contacto.

Nelson Castro ha sido un persistente crítico de la transparencia de la gestión presidencial de Néstor Kirchner desde sus programas radiales y televisivos, a tal punto que cuando Radio Del Plata decidió levantar su programa en enero de 2009, acusó al gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner de estar detrás de ese levantamiento a partir de la compra de la emisora por parte de un grupo económico con vínculos con el kirchnerismo.

En el mes de febrero de 2009 Nelson Castro se desvinculó legalmente de Radio Del Plata a partir de un acuerdo indemnizatorio por los 10 meses de contrato fallido.

Nelson Castro en abril de 2009, dos meses después de su mediática salida de Radio Del Plata, fue contratado por el Grupo Clarín, principal grupo mediático argentino de activa militancia opositora a la gestión kirchnerista, para conducir un programa radial en Radio Mitre en horario central y un programa televisivo en la señal de noticias TN.

En el mes de setiembre de 2009 el gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner, con el apoyo activo de su esposo Néstor Kirchner, envió al Parlamento el proyecto de Ley de Medios, con la intención de generar un nuevo ordenamiento para la actuación de los medios audiovisuales en la Argentina cuestionando centralmente el rol monopólico de los grandes grupos mediáticos, esencialmente el Grupo Clarín.

Nelson Castro se convirtió en una de las tres “espadas” mediáticas del Grupo Clarín en la defensa de su accionar comercial y periodístico frente al desafío de la Ley de Medios (las otras dos fueron los periodistas Marcelo Bonelli y Joaquín Morales Solá) constituyéndose en vocero del Grupo en oposición al proyecto de la nueva Ley de Medios, aprobado luego de manera mayoritaria por el Parlamento de la Nación.

Nelson Castro publicó un libro sobre las enfermedades de los presidentes argentinos (Enfermos de Poder) donde, entre otros, aborda el caso de la intervención quirúrgica por una afección estomacal a la que fue sometido el entonces presidente Néstor Kirchner en el año 2004.

En enero de 2009 el cuestionado y por entonces todavía presidente del Banco Central, Martín Redrado, deslizó a la prensa un listado de ciudadanos compradores de dólares vinculados con el kirchnerismo, en los años 2008 y 2009. Los medios del grupo Clarín rescataron de ese listado el nombre del ex presidente Néstor Kirchner, quien adquirió en octubre de 2008 la suma de 2 millones de dólares, generándose a partir de entonces un fuerte cuestionamiento mediático y político a la ética de ese acto.

En febrero de 2009 el diario Miradas al Sur publicó la totalidad del listado de ciudadanos compradores de dólares en 2008 y 2009, que de manera acotada fuera difundido por Clarín. En ese listado aparece el periodista Nelson Castro como comprador en 2008 de 250 mil dólares y en 2009 de 260 mil dólares aproximadamente.

El ex presidente Néstor Kirchner declaró haber utilizado los dólares adquiridos para la compra de una sociedad propietaria de un hotel de turismo en la localidad de El Calafate. El listado de compradores de dólares en el que figura el periodista Nelson Castro corresponde a quienes adquirieron las divisas y las sacaron fuera del país.

Este es solo un relato en el que dos nombres entrecruzan sus destinos.

Uno de ellos ex presidente de la Nación y hombre fuerte de la política argentina. El otro, periodista estrella del principal grupo mediático argentino y elevado a la función de custodio de la ética pública argentina.

Dos personas con muchos puntos de contacto.

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