Entradas del mes marzo, 2010

  • 28
  • Mar
  • 2010

Toni Zenet, quien fuera designado «artista revelación» en España en 2009; y el mejor cantaor flamenco de la actualidad, Miguel Poveda; unieron sus voces para cantar la maravillosa «Soñar Contigo».
Cuando la música se vuelve un placer íntimo.

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  • 24
  • Mar
  • 2010

El nombre que se le ha dado a esta fecha es el de Día de la Memoria. Y el llamarle memoria se refiere a la memoria colectiva a la memoria social, no a la memoria individual de cada uno de nosotros. Creo que es acertado el nombre de Día de la Memoria, porque es la sociedad argentina la que debe hacer memoria por lo sucedido, porque lo sucedido no fue un arrebato circunstancial de un minoritario grupo de perversos infringiendo un profundo dolor a una mayoría pura e inocente.

Esa forma de pensar es muy conveniente y tranquilizadora, la de un grupo de enajenados en una sociedad de inocentes, pero no es así, la sociedad argentina debe hacer memoria para recapacitar como fue posible que el horror se apropiara de nosotros durante una década.

La Memoria que todos nosotros tenemos sobre la Dictadura Militar iniciada el 24 de marzo de 1976 creo que es una memoria incompleta, una memoria renga.

La Dictadura Militar de 1976 nos remite a todos nosotros a una serie de ideas y conceptos que la caracterizan, un núcleo de conceptos muy trabajados y nunca poco repetidos que han creado una profunda conciencia sobre el valor negativo de este drama histórico.

Si preguntase cuáles son las palabras, las ideas con la que ustedes vinculan a esta última dictadura seguramente coincidiremos en casi todas: represión, muerte, secuestros, torturas, exilios, censura, apropiación de niños, desaparición forzada de personas, y otros conceptos por el estilo, en definitiva, el TERROR.

Y si yo les preguntase nombres propios de la dictadura seguramente aparecerán los de Videla, Agosti, Massera, Camps, Bussi, Astiz y tantos otros apellidos marcados por la muerte como objeto.

¿Y por qué digo que estamos frente a una memoria incompleta?

Porque la violencia, la tortura, la desaparición, el asesinato, el secuestro, la censura y el exilio son medios, no fines. El TERROR es un medio, no un fin en sí mismo.

Y los Videla, los Massera, los Bussi y los Astiz han sido los ejecutores de esos medios, los gerentes del trabajo sucio.

Toda esta carga trágica de Horror y Violencia es la punta visible de un iceberg que esconde debajo de la superficie sus fines.

Entonces debemos preguntarnos si todo esto fue un medio, dramático e inhumano, pero medio al fin, ¿cuáles eran los fines?

Los fines fueron la transformación drástica y profunda del cuerpo social y económico de la Argentina.

Y los apellidos de esos fines son los Martinez de Hoz, los Aleman, los Klein, los Zorroaguieta, para quienes los Videla y los Masera fueron gerentes útiles del terror.

Así como es habitual contabilizar el Terror de la dictadura en cantidad de torturados, muertos, desaparecidos, exiliados y secuestrados; los medios; también es posible contabilizar la finalidad de la dictadura. Y para lograr esos fines fue necesario aquel terror.

El trabajador asalariado se transformó en la variable de ajuste de la economía nacional, el salario real se redujo durante la Dictadura en un 40%.

¿A dónde fue esa masa de dinero que dejó de ir al bolsillo de los trabajadores? Se dirigió a un mayor beneficio de los empresarios y fundamentalmente a engrosar los canales de la especulación financiera.

Al comenzar la dictadura los trabajadores se quedaban con el 45% del total de la riqueza del país, al finalizar la dictadura los trabajadores pasaron de recibir el 45% a recibir el 25% de la riqueza nacional. Pero mientras los sectores más pobres reducían sus ingresos los sectores más altos de la sociedad lo mejoraban, dando inicio a un proceso de desigualdad social formidable e inédito para la historia argentina moderna.

Se pasó de una economía productiva a una economía especulativa, donde era más conveniente poner la plata en el banco que invertirla en generar trabajo. 

Esta tendencia a que era mejor poner el dinero en el banco que ponerlo a producir, acompañado por el masivo ingreso de productos extranjeros a bajo costo,  un fulminante fenómeno de cierre de industrias nacionales que redujo la actividad industrial durante la dictadura en más de un 10%, habiendo desaparecido ramas enteras de la producción como fue la actividad textil.

Pero mientras el sector industrial se derrumbaba el sector agropecuario crecía un 20% y la minería un 30% poniendo otra vez al país en un camino de dependencia como mero productor de materias primas y abandonando un incipiente camino de industrialización.

La economía de la Argentina solo creció una escaso 2% desde 1976 a 1983. Y mientras al comenzar la dictadura el 5% de los hogares argentinos estaba en condición de pobreza, al finalizarla el 25% de los hogares argentinos era considerado pobre.

Se produjo un empobrecimiento de la clase obrera y un descenso social de la clase media.

Se destruyó el sistema de obras sociales reduciéndose en más de 2 millones de afiliados los beneficiarios al finalizar la dictadura, dando paso al negocio de las prepagas de salud.

Ante la disminución del empleo industrial se generó una corriente de gente trabajando por cuenta propia sin ninguna cobertura social y se incrementó el trabajo informal

Se entregó el país a la dependencia financiera de los organismos internacionales al aumentar la Deuda Externa en un 900% durante los años de la Dictadura.

Y son estos fines los que la Memoria ha olvidado,

Mientras aquellos medios del horror de la dictadura, ya no son, ya forman parte de nuestro pasado y no de nuestro presente, porque ya no es la tortura, ni la desaparición de personas, ni la apropiación de niños, ni el exilio político, ni el asesinato político, todas ellas cosas que se conjugan en tiempo pasado.

En cambio otra violencia, mas silenciosa y menos espectacular perdura, la desigualdad social, la financierización de la economía, la baja participación del trabajador en la riqueza nacional, la fragmentación social, el empobrecimiento de los sectores asalariados, el estigma de la deuda externa, la concentración de la economía, son todas realidades aún presentes, que tuvieron su origen en aquella dictadura militar, cuyos medios ya no son pero cuyos fines aún viven entre nosotros.

El iceberg sigue allí, aunque ya no veamos su punta, su parte visible que a fuerza de memoria hemos logrado derretir.

El Huevo de la Serpiente sigue allí, esos fines que persiguió la Dictadura iniciada en marzo de 1976 siguen allí, algunos intactos, algunos defendiéndose a capa y espada, pero siguen allí.

Creo que es tiempo que nuestra Memoria Colectiva que con tanta eficiencia logró derretir la parte del horror que cubría el iceberg de la dictadura, los medios,  se ocupe ahora de recordar para destruir la parte más voluminosa del iceberg, la que no se ve, pero que sigue presente en nuestros días, los fines, los que pusieron en marcha un sistema social y económico que hoy pugnamos duramente por transformar, un sistema para pocos.

Si a impulsos de Memoria hemos convertido en pasado el horror dela dictadura, será completando esa Memoria con los fines de la dictadura como lograremos convertir en futuro este presente social y económico que en muchos sentidos nos avergüenza como sociedad y que no es más que un producto de aquel pasado que hoy recordamos.

(basado en la clase abierta desarrollada en la Escuela Polimodal Latinoamérica en conmemoración del Día de la Memoria)

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  • 21
  • Mar
  • 2010

Habitualmente cuando uno habla sobre finanzas surge la pregunta entre los que escuchan: ¿qué cosa son las finanzas? ¿En qué consiste el sistema financiero? ¿Por qué se dice que en el circuito financiero el dinero se vuelve virtual?

La respuesta a estas preguntas suele ser algo más compleja que lo que la realidad parece indicar.

En una entrevista el afamado epistemólogo y filósofo argentino Mario Bunge definió a las finanzas a través de un breve y ejemplificador cuento:

En un pueblo turístico de Europa, llega de pronto un alemán muy rico al único hotel del lugar, deja en el mostrador un billete de cien euros y le dice al dueño: «Me gusta mucho el lugar y quiero estudiar la posibilidad de pasar una semana acá. ¿Me permite mirar las habitaciones?» «Sí, suba, las habitaciones están todas abiertas», le responde el dueño del hotel, que sale corriendo y le lleva el billete de cien euros al carnicero para saldar una deuda. El carnicero sale corriendo con el billete para pagarle al proveedor de alimentos para sus cerdos. A su vez, el proveedor de alimentos para cerdos va corriendo con ese billete y le paga a la prostituta una deuda por sus servicios. La prostituta toma el mismo billete de cien euros y lo deja en el mostrador del hotel para pagar la deuda que tiene por haber alquilado las habitaciones. Entonces, al cabo de un rato, baja el turista alemán y le dice al dueño del hotel que no le gusta ninguna de sus habitaciones, toma el billete y se va. Han transcurrido nada más que cinco minutos, nadie hizo nada, nadie produjo nada, pero todo el mundo está feliz porque todas las deudas han sido saldadas. En esto consisten las grandes finanzas. Detrás de estas grandes manipulaciones no hay nada. Hay gente que se arruina, pero nadie se beneficia.

Eso son las finanzas, ese mundo del dinero que domina la economía global.

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  • 10
  • Mar
  • 2010

200 AÑOS DE CONTRADICCIONES

Más que un libro de historia, Dardo Scavino propone en “Narraciones de la Independencia”, recién publicado, un ensayo arqueológico de la política argentina, que reflexiona, a partir de textos, sobre las ambivalencias del relato revolucionario.


Perdura aún en el imaginario argentino un relato escolar de la Revolución de Mayo y del proceso de la independencia. La lluvia, el  cabildo, las discusio­nes en la jabonería de Vieytes, Corneíio Saavedra y Mariano Mo­reno irremediablemente enfrenta­dos, el pueblo en la plaza, y allí, el reclamo por saber de qué se trata. Después vendrá San Martín, la sorprendente conciencia política de Cabral antes de su muerte, el Himno Nacional; más tarde Tucumán y los brazos en alto y al fin la libertad, de nuevo, casi por se­gunda vez. Es una historia cerra­da, con imágenes de abnegación y patriotismo, poco de diferencia y más de unidad y clausura. Desde esta perspectiva, los hechos debían entrelazarse con una sola direc­ción, ser continuos y permeables a causas definidas en nombre del espíritu patriótico, de la conquis­ta de la libertad del pueblo, de la conformación de un único pasado argentino, etcétera. Es un acerca­miento monolítico, que elabora una historia coherente y homogé­nea. Una arqueología, en cambio, no busca encadenamientos causa­les sino condiciones históricas de posibilidad de un saber. Es decir, comprender la historia ya no co­mo una sucesión documentada de hechos con pretensiones de obje­tividad y coherencia sino como la composición de un relato que los agrupa y reúne. Esto no significa desactivar la verdad histórica sino entender que esta verdad es el desenlace de una textura discur­siva. Que la objetividad de los do­cumentos (y de sus efectos) es el relieve que se eleva por sobre los relatos que componen la historia.

Es en esta perspectiva don­de se sitúa el pensador Dardo Scavino en su análisis sobre las revoluciones y el proceso de la in­dependencia de los pueblos hispa­noamericanos en su nuevo libro Narraciones de la independencia. Arqueología de un fervor contra­dictorio. Narraciones, arqueología, contradictorio: esos son los con­ceptos que le permiten dar cuenta de un quiebre de sentido, de una discontinuidad narrativa en el origen mismo de las repúblicas americanas.

«La expresión ‘fervor contra­dictorio’ la tomé de Octavio Paz, quien la acuñó para hablar de la ambivalencia afectiva de los crio­llos en relación con indios y es­pañoles» -afirma Scavino en la entrevista por correo electrónico con Ñ. «Esta ambivalencia se ex­plica a mi entender por la existen­cia de dos narraciones antitéticas que llamo la ‘epopeya popular americana’ y la ‘novela familiar del criollo’ y que se remontan a la colonia. Durante la independencia ambas solían coexistir en un solo y mismo texto. A propósito de la conquista, por ejemplo, los patrio­tas se presentan, a veces, como descendientes de los indios con­quistados y otras, de los conquis­tadores españoles. Ya a principios del siglo XVIII esta contradicción había sorprendido a dos agentes secretos de la corona española. Para ellos, se trataba de un claro síntoma de la chifladura de los criollos. Mi diagnóstico, en cam­bio, es más bien político».

Dos narraciones: por un lado la epopeya popular americana, por otro la novela familiar del criollo. Son relatos antitéticos, contradic­torios, anteriores al proceso revo­lucionario pero sobre los cuales va a asentarse la práctica política de quienes llevaron adelante las luchas por la independencia. «En la narración americana, la revolu­ción venía a establecer la igualdad entre los diversos grupos; en la na­rración criolla, la revolución venía a restablecer la superioridad de los criollos», escribe Scavino en su libro y analiza cómo la igual­dad republicana deviene en hege­monía política criolla. Si el indio y el afroamericano eran parte de los americanos que luchaban contra la monarquía española; si todos ellos, por haber nacido en esta tierra, encontraban una identidad compartida contra un enemigo común; si eran iguales frente al poder del imperio, esa igualdad se pierde bajo el poder del criollo que defiende su superioridad.

-Según Tulio Halperín Donghi la hegemonía criolla responde a una necesidad económica en la administración del Estado. ¿No puede ser esta la razón de esa contradicción narrativa?

-Los propietarios de los medios de producción, los criollos, busca­ban controlar el aparato de Esta­do. Estamos de acuerdo. Esta es, después de todo, la definición de revolución: otra clase social pasa a controlar ese aparato. Pero el pro­blema es cómo conquistaron an­tes la hegemonía política que les permitió lograrlo. Basta comparar la independencia hispanoameri­cana con lo que sucedió en otros continentes, para advertir que no alcanza con tener la propiedad de los medios de producción para conquistar esa hegemonía. En Ar­gelia, por ejemplo, los pieds noirs, el equivalente francés de los crio­llos, que también tenían sus con­flictos con esa administración me­tropolitana que les imponía sus funcionarios y sus gravámenes, no lideraron las revoluciones de independencia. Y es más, cuando éstas concluyeron, tuvieron que hacer las valijas y volverse a la me­trópoli, abandonando sus propie­dades. Si se hubiesen presentado a sí mismos como los hermanos de los argelinos en lucha contra el opresor francés, otro gallo ha­bría cantado. Pero no lo hicieron. Los criollos, en cambio, sí. Y des­de mucho antes de las revolucio­nes. Después podemos discutir si, como sostienen algunos, los criollos instrumentaron el relato indigenista. Yo me inclino a pen­sar que no, que más bien fueron instrumentados por él.

Ambos discursos son hereda­dos, es decir, que no son sucesivo sino contemporáneos uno del otro. Entonces para Scavino el soporte de la revolución está dado por un andamiaje narrativo que lo antecede y que define el sujeto de las prácticas revolucionarias como oscilante y de identidad fragmen­tada. Cuando Bolívar, O’Higgins, Miranda o Monteagudo dicen «no­sotros», ¿quién habla en esa voz? ¿Quién enuncia la revolución, el nombre originario de este suelo o el hijo de los españoles? Porque en ellos la voz de la lucha política está tomada por esta oscilación, por esta doble identidad de ser nacidos en América y, a la vez, oriundos de España. El primero es la palabra inclusiva de la dife­rencia; el segundo, la voz de una hegemonía elitista que va a perdu­rar en el tiempo.

-Si en la narración criolla la re­volución es una repetición de la conquista española, ¿hubo real­mente una revolución?

-Desde la perspectiva de la narra­ción criolla la revolución debía tra­ducirse en una restitución de los derechos que los Reyes Católicos y Carlos V les habían acordado a sus ancestros, los conquistadores. Sólo puede hablarse de revolu­ción, en este caso, si se entiende literalmente el vocablo: hubo una vuelta a los orígenes. Eso lo dicen muy claramente Bolívar, Teresa de Mier o Viscardo y Guzmán. La revolución tenía que restablecer el «contrato originario» de Amé­rica que eran las «capitulaciones». El problema es que ellos mismos dicen a veces lo contrario: la revo­lución no es el restablecimiento de los derechos de los conquista­dores sino de los conquistados. De modo que aquí los autores no son tan importantes como las narra­ciones.

La sucesión de esta hegemonía criolla será vista por Scavino en el devenir político argentino poste­rior a la revolución: en la obra de Alberdi, en la “conquista” mortífera de Roca, en los discursos de Lugones o en las ideas de Héctor Murena. Entonces la dicotomía civilización y barbarie expresada por Sarmiento en el Facundo está presente ya en una de las narracio­nes de la independencia. Y aclara: «La hegemonía no es para mí el discurso dominante o colonial. Mi libro no se inscribe en la perspec­tiva de Edward Said y los estudios llamados poscoloniales. Yo sigo aquí una tradición que se remonta al joven Marx y que encontramos, más recientemente, en Ernesto Laclau. Una parte de la sociedad es hegemónica cuando sus reivin­dicaciones y derechos se convier­ten en las reivindicaciones y los derechos de toda la sociedad. Esta hegemonía va a venir acompaña­da por un relato en el cual la lucha de ese pueblo fue, desde siempre, la lucha por la conquista de esas reivindicaciones y derechos. Pero el proceso hegemónico podría ha­ber sido otro y contar, retrospecti­vamente, otra historia».

–  El concepto (significante) Amé­rica Latina supone la reunión de estas contradicciones y la hege­monía europea. ¿Por qué? ¿Cree que esto se mantiene a lo largo del siglo XX?

–   Sí. Fíjese en el Canto general de Neruda. Se trata de una de las versiones más grandiosas de la epopeya popular americana, de la lucha de Latinoamérica por su emancipación. Y como su­cedía ya en muchos textos de la independencia, Neruda empieza denunciando la opresión inicial: la conquista, prefiguración, para él, del imperialismo yanqui. Pero Neruda concluye su relato de la conquista con un poema intitula­do A pesar de la ira. «La luz vino a pesar de los puñales», escribe ahí. Aunque la conquista haya sido un episodio nefasto, Neruda piensa que sin esta peripecia América no hubiese entrado en la historia universal, en la historia humana. Así que, por una prodigiosa inversión dialéctica, los verdugos se convier­ten en redentores o los opresores en liberadores. Alguien puede señalarnos que entre decir que los indios eran seres «sin alma ra­cional» y decir que eran seres «sin historia» hubo un gran progreso. A lo mejor. Pero el problema es que entre Sepúlveda y Neruda cambió la definición de lo huma­no: animal racional, en un caso; animal histórico, en el otro. Con un detalle interesante. ¿Cómo se entra en la historia? Patriotas co­mo Monteagudo lo decían clara­mente: a través de la integración en el mercado mundial. Ergo, el que no esté integrado en el mer­cado mundial…

Es sobre este relato de una éli­te ilustrada que se labra el discur­so liberal y burgués de América Latina del siglo XX, que define siempre una nueva barbarie so­bre la que hay que intervenir po­líticamente para «normalizarla» de acuerdo con las necesidades del mercado. Para Scavino, uno de los efectos políticos de estas narraciones contradictorias es «la aparición de la propia Latino­américa. No hace mucho, en estas mismas páginas, Jorge Volpi de­cía: ‘Latinoamérica no existe’. Pero del mismo modo que Volpi existe porque hay alguien que responde a ese nombre, hay millones de su­jetos que se sienten interpelados por el gentilicio latinoamericano. Las entidades políticas tienen una existencia simbólica: cosas en nombre de las cuales actuamos o tomamos decisiones. Esto no significa que todos los interpela­dos estén de acuerdo con la sig­nificación de ese significante. Eso sí, como toda entidad simbólica, se inscribe siempre en una oposi­ción. Este nombre, de hecho, apa­reció en un momento preciso: en 1856, cuando los norteamericanos invadieron por primera vez Nica­ragua y algunos escritores, como el chileno Francisco Bübao, inter­locutor de Urquiza, o el colombia­no Torres Caicedo, sustituyeron en la epopeya popular americana el enfrentamiento entre América y España por un antagonismo entre la América latina y la sajona.

-¿Cree que el relato de la epo­peya americana podría haber tenido otro destino?

-Supongo que el significante La­tinoamérica no habría sido adop­tado, y sobre todo no habría asu­mido ese valor anti-imperialista, si los franceses hubiesen logrado quedarse en México extendiendo el imperio de Maximiliano hacia el sur. Para un intelectual como to, el gentilicio latinoamericano recordaba nuestra filiación euro­pea. Para él, latinoamericano no se oponía tanto a americano sajón como a indo o afro-americano.

Casi sobre el final escribe en su libro: «Doscientos años des­pués de las revoluciones de la in­dependencia que suprimieron el pongo, el yanaconazgo y la mita, las mismas poblaciones se ocupan de limpiar las casas de los criollos, de cultivar y cosechar sus campos y de internarse en sus minas». Dardo Scavino escribió más un ensayo arqueológico sobre la polí­tica argentina que un libro de his­toria. O en todo caso es la historia de un presente que, con ciertas di­ferencias, no deja de ser el efecto de las mismas narraciones y de la misma contradicción. Se inscribe en una tradición historiográfica fértil, imperiosa, fuera de aquellas planicies monocordes de próceres valientes situados en un pasado lejano. Para Scavino las narracio­nes contrapuestas que sostuvieron aquella emancipación siguen sien­do en el presente, doscientos años después, con otros rostros pero bajo los mismos enunciados. No porque la historia sea cíclica y se repita sino porque, de algún mo­do, siempre fue la misma.

Publicado en Revista Ñ – 6-3-2010

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  • 6
  • Mar
  • 2010

En estos momentos es cuando uno pregunta qué sentido tiene todo, y hasta se pregunta que sentido tiene preguntarse por el sentido.
Resulta muy injusto cuando los tiempos se invierten y hay quienes llegan a donde todos vamos, pero antes de hora.
Recuerdo a Emiliano como un tipo inquieto, curioso e inteligente. Le enseñé a él y aprendí de él. Lamento tanto por los proyectos que quedan en el camino.
Queda en el recuerdo de quienes supieron quererlo y eternizarán ese amor.
Mis sentidos respetos.

Emiliano Quarisa (1989-2010)

Emiliano Quarisa (1989-2010)

Emiliano Quarisa (1989-2010)

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  • 4
  • Mar
  • 2010

El pasado lunes primero de marzo Maradona realizó una Conferencia de Prensa en la ciudad de Munich previo al partido amistoso programado con Alemania para el miércoles siguiente.

En esa Conferencia de Prensa Diego dedicó un par de minutos de sus declaraciones, y sin que mediara pregunta expresa de ningún periodista sobre el punto, a afirmar que quería que se deje de hablar de los triunfos de 1978 y 2006 y que la Argentina tenga en 2010 nuevos héroes de los que enorgullecerse; que dejen de mostrarse sus goles y los de Kempes, para que se vean los de Higuain o los de Messi.

El martes 2 de marzo por la mañana la ciudad de Buenos Aires se vió empapelada por unos enormes afiches que ponían en imágenes aquellos conceptos que Maradona emitiera 24 horas antes en Munich.

Como se puede observar los afiches dejan en claro su origen: NIKE.

¿Casualidad? ¿Mera coincidencia? ¿Intencionalidad? ¿Negocio?

El hipercompetidor de Nike es Adidas, y casualmente Adidas es el sponsor oficial de la Selección Argentina, con lo cual sin serlo de pronto Nike pasa a ocupar el lugar de Adidas a la hora de vincular en el imaginario colectivo el tandem Selección-Marca con el peso de Maradona en medio.

Una vez más el fútbol mostrándonos su cara más real, oculto detrás del maquillaje de la pasión el verdero rostro del negocio.

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