Una regularidad histórica argentina
Cuando se analiza el status científico de la Historia existe un elemento crucial a la hora de establecer el carácter cientificista o no de los estudios históricos, ese elemento es la cuestión de La Verdad. ¿Puede la Historia reclamar para sí la potestad de alcanzar verdades, de declarar leyes científicas?
La Verdad Histórica es el elemento sobre el cual giran los análisis en torno al status científico de la Historia, porque si de una ciencia se trata debiera suponerse que a partir de la aplicación de un método se alcance una comprobación, una verdad.
El problema para la Historia radica en que su materia de análisis no es objetiva, ya que son fenómenos humanos radicados en el pasado. Para resolver este enigma la teoría histórica estableció el concepto de “regularidad histórica” para reemplazar aquella pretensión de “ley histórica” que ponía en jaque su carácter científico.
La ventaja que tiene el concepto de regularidad sobre el de ley es que si bien la investigación histórica a través del análisis del pasado puede establecer ciertos comportamientos regulares en las sociedades y culturas, no podría afirmarlo de manera taxativa y definitiva.
El establecimiento de regularidades es el punto culminante de las investigaciones históricas, y del análisis de la Historia Argentina pueden establecerse algunas regularidades, siendo una de ellas la que establece que los candidatos presidenciales que son derrotados en una elección nacional no han podido luego llegar a la presidencia en otro turno electoral.
Si se realiza un relevamiento de las elecciones presidenciales de nuestro país desde la promulgación de la Ley Saenz Peña que estableció el voto universal (masculino), libre y obligatorio, partiendo del acto comicial de 1916 hasta el de 2007, se cuentan 16 elecciones presidenciales, y casi un centenar de candidatos. Ninguno de los candidatos derrotados en esas 16 elecciones logró alcanzar, luego de la derrota, la presidencia por la vía del voto.
Sin dudas esta es una particularidad de la Historia argentina, que no se corresponde con otros países, aún en países de la región, como es el caso de Brasil, donde Lula llegó a la presidencia luego de dos derrotas consecutivas, o Tabaré Vazquez que accedió a la presidencia de Uruguay luego de un fracaso previo.
Las razones a este comportamiento electoral argentino podrían analizarse desde diversos puntos de mira, desde el triunfalismo nacional que idolatra al ganador y repudia al segundo (observar simplemente nuestra conducta deportiva), hasta el funcionamiento político argentino que enfoca sus expectativas más en personas que en ideas, y en ese plano a nadie atrae un derrotado.
Esta regularidad histórica de la Argentina podría explicar el comportamiento de la oposición política en este 2011, que a partir de su triunfo electoral en las legislativas de 2009 vio anotarse a decenas de candidatos presidenciables frente a lo que se creía inevitable ocaso del gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner, pero que una vez llegado este mes de abril de 2011 y frente a las comprobaciones de que tal ocaso no se produjo y que todo parece conducir a una más que probable reelección de CFK, aquellas decenas de candidatos presidenciables comenzaron a bajarse de a uno en fondo de sus pretensiones con las más diversas excusas.
Pareciera que aquella regularidad histórica acerca de que el candidato derrotado en las elecciones presidenciales argentinas nunca más logra acceder a ese deseado sitial impulsa a huir de ese rol de candidato a quien todavía supone tener una carrera política.
Lo llamativo es que esta deserción masiva no se produce a partir de una selección de candidatos por competencia interna, sino que los candidatos que continúan la carrera no es por haber dado un paso al frente sino porque sus compañeros de ruta dieron dos pasos atrás, y este es el caso de la UCR, donde Ricardo Alfonsín quedó como único candidato ante la deserción de Sanz y Cobos, quienes optaron por preservarse para el futuro. Lo mismo sucedió con el llamado Peronismo Federal espacio para el cual hace tres meses existían no menos de 6 postulantes (Duhalde, Das Neves, Rodriguez Saa, Solá, Puertas y Romero) y hoy no se sabe siquiera si queda uno. Todos fueron corriéndose por propia voluntad de su pretensión inicial.
Hasta las corporaciones de medios toman nota de esta regularidad histórica e intentan preservar a sus “más leales hombres” y entonces el Pro todavía no define su candidato a la Jefatura de Gobierno para no cerrar la puerta de este sitial al propio Mauricio Macri que duda en inmolarse por una candidatura presidencial que puede destruir para siempre su joven carrera política, y del mismo modo opera este fantasma en la decisión de Pino Solanas que de candidato presidencial “por izquierda” pasa a manifestar su amor a la clasemediera ciudad de Buenos Aires.
Solo queda en pié la inefable Lilita Carrió, quien con una derrota a cuestas en la elección de 2003, parece querer emprenderla de nuevo en este 2011 desoyendo incluso a las leyes de la Historia.
Competir, en cualquier nivel de competencia que se trate, siempre incluye la posibilidad de perder. Pero la regularidad histórica de la política argentina tiene reservado el peor de los espacios al derrotado en un comicio presidencial, el espacio del olvido o el del ostracismo político, ese espacio en el que ninguno quiere quedar.
Competir con la clara chance de perder requiere de aquellos con espíritu de cruzado (Carrió), voluntad testimonial (la izquierda en todas sus formas) o candidatos providenciales (Alfonsín), el resto seguramente prefiera esperar el siguiente turno para eludir las consecuencias que la evaluación histórica anuncia.
No hay bienaventuranza para el perdedor en las elecciones presidenciales argentinas, la Historia, esa implacable, no lo bendice.
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