Quien trabaja con conceptos muchas veces se pregunta si esas construcciones hechas de palabras en verdad responden al formato de la realidad, si acaso no serán meros edificios discursivos sin mayor contacto con el mundo histórico.
La toma de los predios del parque Indoamericano reavivó esta cuestión, por eso resulta interesante confrontar la realidad con el planteo teórico, confirmar si el camino de las ideas es el más adecuado para comprender lo que pasa.
Después de enfrentar un proceso de reflexión sobre este punto es posible concluir que sí, que efectivamente las construcciones teóricas permiten penetrar en la esencia de los acontecimientos para volverlos inteligibles, comprensibles.
El oximoron de la emergencia permanente
En los años 60 los asentamientos urbanos informales y precarios adquirieron su nombre más popular: el de villa miseria; pero al poco tiempo los gobiernos que tuvieron que referirse a esta problemática acuñaron un eufemismo en su reemplazo, el de villa de emergencia.
El término emergencia responde a la idea de una circunstancia crítica, pero temporal. Las situaciones de emergencia tienen como lógica su superación. Por eso la villa de emergencia en los años 60 todavía tenía ese sentido, ser un lugar habitacional precario pero transitorio, en el cual sus ocupantes derivaban eventualmente hacia terrenos propios de conurbano o la propia ciudad de Buenos Aires como fruto de la ética del trabajo y una sociedad inclusiva.
Pero a partir de los 70, en medio de una fenomenal transformación de la estructura social, las villas de emergencia fueron convirtiéndose en lugares habitacionales permanentes, en los cuales sus habitantes se quedaban y construían sus vidas y sus proyectos. Prueba de ello fue la formación paulatina y sostenida de una cultura propia, la despectivamente llamada cultura villera, que más allá del término que se utilice para denominarla es claramente parte de las diversas culturas urbanas del siglo XXI.
Cuando un grupo social construye una cultura tan sólida y potente como la que han construido los habitantes de las villas, se define la pertenencia y la identidad de esos grupos. De la emergencia, de lo transitorio, de lo excepcional, no queda nada.
El filósofo italiano Giorgio Agamben nos permite entender por qué razón aún se sigue llamando a estas formas habitacionales villas de emergencias, si recurrimos a su conocido desarrollo del concepto “estado de excepción”, sosteniendo que en nuestro tiempo actual el estado de excepción se ha vuelto condición permanente “el estado de excepción se ha convertido en regla”.
La villa de emergencia permanente.
Paradigma de Seguridad y Espacio Público. De Agamben a Bauman
Continuando con la idea de permanencia de lo transitorio formulada por Giorgio Agamben aplicable al Estado, el filósofo italiano sostiene que “el paradigma único que se oye es el de la seguridad y eso pertenece a un estado de excepción”, es decir la creación de un ambiente de incertidumbre que solicita de una “gestión de la catástrofe” por parte del Estado, pero no su prevención.[i] Por eso el Estado espera que el problema se desate para gestionarlo y conducirlo hacia su interés, sin importarle trabajar para impedirlo. Es la forma que asume el control en la sociedad del siglo XXI, el estado policial.
A eso se llama Seguridad, a “la capacidad de intervenir, pero después”.
Aquí introducimos en nuestro análisis al sociólogo polaco Sygmunt Bauman, quien en su libro Modenidad Líquida, presenta una categorización del espacio público y la idea de seguridad.
Bauman sostiene que vivimos en un una “política del miedo cotidiano” que aleja a la gente de los espacios públicos, y que como salida a esta situación la respuesta que parece predominar es la de “privatizar y militarizar el espacio público” ya que “los merodeadores y vagabundos” son “promovidos al rango de enemigos públicos” generándose un fenómeno de “criminalización de las diferencias residuales”.
El espacio público para Bauman se puede dividir en cuatro categorías:
El Espacio Interdictorio: que son espacios públicos destinados a ser rodeados sin ser atravesados sin poder acceder a ellos, espacios prohibidos.
El Espacio Público de Consumo, un espacio físico en el que los ciudadanos se juntan sin interactuar, solo para desarrollar el más individual de los pasatiempos modernos: consumir.
El No-Lugar, creación intelectual de Marc Augé, que son espacios que toleran la permanencia transitoria de las personas, una presencia meramente física. Quienes están en el no-lugar se sienten cómodos en él pero no es SU lugar, no hay identificación con él (aeropuertos, estaciones, cuartos de hotel…)
El Espacio Vacío, que no es un espacio prohibido, sino invisibilizado. No es que no se acceda a él porque está restringido, como en el caso del espacio interdictorio, sino porque simplemente no se ve. Son espacios que carecen de sentido, la vacuedad es de sentido no física. Una particularidad que menciona Bauman de estos espacios públicos vacíos es que en ellos no hay negociación posible, ya que el extraño está ausente, no se lo ve; es más, le da una definición tajante, son “espacios sobrantes”.
Típicamente los espacios vacíos (de sentido) son los de las villas de emergencia.
Así como menciona Bauman “el vacío (del espacio público vacío) está en el ojo de quien lo contempla”, porque son esos espacios donde no entraríamos por perdernos en ellos y sentirnos vulnerables.
Si llevamos esta teorización a los acontecimientos de Soldati, nos encontramos con que esas Villas de Emergencia (permanentes) que rodean el llamado parque son los espacios vacíos y el Indoamericano es el espacio interdictorio, ese pajonal abandonado al cual se rodea sin atravesar.
El hecho es que el 10 de diciembre los habitantes del espacio vacío (la villa) se trasladaron al espacio interdictorio (el paraje del Indoamericano) y en ese traslado se volvieron visibles a los ojos de los vecinos. Hizo su aparición el extraño.
Y ese espacio interdictorio se volvió repentinamente en un lugar valioso para los vecinos del barrio, ya que ahora estaban frente al extraño visibilizado, a quien rápidamente se le impuso un concepto definitivo y claramente excluyente, el “extranjero”.
Epílogo. Brecht, Levy-Strauss y la expulsión del otro
Recurrimos entonces a Brecht, que nos dice que “cuando en el lugar no deseado hay algo, tenemos el desorden. Cuando en el lugar deseado no hay nada, tenemos el orden”.
De pronto ese lugar prohibido, eludido, se tornó en el lugar deseado, y ese lugar deseado se había llenado de algo, de “extranjeros”, de desorden, de peligro. Y era necesario “vaciarlo”.
Y ante ese desorden de la ocupación del lugar deseado se levanta el reclamo del orden, que como dice Brecht, consistente, consiste en expulsar a los extranjeros, volverlos invisibles nuevamente, remitirlos a esos lugares vacíos de los que habían llegado.
Era hora de convocar al Estado de Excepción, tiempo del reclamo policial para que ejecute su tarea: no la de prevenir, sino la de reprimir, el de actuar “después”. Y si el Estado no se hacía presente para cumplir con su “deber” dentro del paradigma de la seguridad, del orden; lo harían los propios contra los extraños.
Levy-Strauss planteó que para aniquilar al otro se puede recurrir a dos metodologías: comérselo o vomitarlo. Si uno se come al otro lo asimila, lo incorpora, le anula su otredad al hacerlo propio. Por el contrario cuando uno vomita al otro, lo expulsa considerándolo ajeno de manera irremediable, le quita su otredad anulando todo diálogo o encuentro social.
Los vecinos de Soldati optaron por la variante émica, vomitiva, para deshacerse del extraño, que en su forma descarnada es el encarcelamiento o el asesinato, y que en su forma refinada es la separación espacial, el gueto, la villa.
En el Indomaericano funcionaron los dos formatos, los vecinos vomitaron al extraño mediante el asesinato primero y la sociedad terminó de vomitarlos luego con su retorno al gueto, con su regreso al espacio vacío, al sinsentido, a la invisibilización.
La solución llegó finalmente, en el espacio deseado, el Indoamericano, ya no había nada, era el orden.
El último episodio del drama fue la decisión del gobierno de la ciudad de enrejar el predio que fuera ocupado.
El enrejamiento concreta definitivamente la figura del espacio interdictorio. Un lugar que vuelve a ser rodeado y nunca atravesado.
Mientras, los extraños han vuelto a ser invisibles, regresaron a su espacio vacío (de sentido).
Todo está en su lugar, en orden.
[i] Entrevista en La Vanguardia 12-11-2005