UN ANÁLISIS DE LA HISTORIA AMERICANA

200 AÑOS DE CONTRADICCIONES

Más que un libro de historia, Dardo Scavino propone en “Narraciones de la Independencia”, recién publicado, un ensayo arqueológico de la política argentina, que reflexiona, a partir de textos, sobre las ambivalencias del relato revolucionario.


Perdura aún en el imaginario argentino un relato escolar de la Revolución de Mayo y del proceso de la independencia. La lluvia, el  cabildo, las discusio­nes en la jabonería de Vieytes, Corneíio Saavedra y Mariano Mo­reno irremediablemente enfrenta­dos, el pueblo en la plaza, y allí, el reclamo por saber de qué se trata. Después vendrá San Martín, la sorprendente conciencia política de Cabral antes de su muerte, el Himno Nacional; más tarde Tucumán y los brazos en alto y al fin la libertad, de nuevo, casi por se­gunda vez. Es una historia cerra­da, con imágenes de abnegación y patriotismo, poco de diferencia y más de unidad y clausura. Desde esta perspectiva, los hechos debían entrelazarse con una sola direc­ción, ser continuos y permeables a causas definidas en nombre del espíritu patriótico, de la conquis­ta de la libertad del pueblo, de la conformación de un único pasado argentino, etcétera. Es un acerca­miento monolítico, que elabora una historia coherente y homogé­nea. Una arqueología, en cambio, no busca encadenamientos causa­les sino condiciones históricas de posibilidad de un saber. Es decir, comprender la historia ya no co­mo una sucesión documentada de hechos con pretensiones de obje­tividad y coherencia sino como la composición de un relato que los agrupa y reúne. Esto no significa desactivar la verdad histórica sino entender que esta verdad es el desenlace de una textura discur­siva. Que la objetividad de los do­cumentos (y de sus efectos) es el relieve que se eleva por sobre los relatos que componen la historia.

Es en esta perspectiva don­de se sitúa el pensador Dardo Scavino en su análisis sobre las revoluciones y el proceso de la in­dependencia de los pueblos hispa­noamericanos en su nuevo libro Narraciones de la independencia. Arqueología de un fervor contra­dictorio. Narraciones, arqueología, contradictorio: esos son los con­ceptos que le permiten dar cuenta de un quiebre de sentido, de una discontinuidad narrativa en el origen mismo de las repúblicas americanas.

«La expresión ‘fervor contra­dictorio’ la tomé de Octavio Paz, quien la acuñó para hablar de la ambivalencia afectiva de los crio­llos en relación con indios y es­pañoles» -afirma Scavino en la entrevista por correo electrónico con Ñ. «Esta ambivalencia se ex­plica a mi entender por la existen­cia de dos narraciones antitéticas que llamo la ‘epopeya popular americana’ y la ‘novela familiar del criollo’ y que se remontan a la colonia. Durante la independencia ambas solían coexistir en un solo y mismo texto. A propósito de la conquista, por ejemplo, los patrio­tas se presentan, a veces, como descendientes de los indios con­quistados y otras, de los conquis­tadores españoles. Ya a principios del siglo XVIII esta contradicción había sorprendido a dos agentes secretos de la corona española. Para ellos, se trataba de un claro síntoma de la chifladura de los criollos. Mi diagnóstico, en cam­bio, es más bien político».

Dos narraciones: por un lado la epopeya popular americana, por otro la novela familiar del criollo. Son relatos antitéticos, contradic­torios, anteriores al proceso revo­lucionario pero sobre los cuales va a asentarse la práctica política de quienes llevaron adelante las luchas por la independencia. «En la narración americana, la revolu­ción venía a establecer la igualdad entre los diversos grupos; en la na­rración criolla, la revolución venía a restablecer la superioridad de los criollos», escribe Scavino en su libro y analiza cómo la igual­dad republicana deviene en hege­monía política criolla. Si el indio y el afroamericano eran parte de los americanos que luchaban contra la monarquía española; si todos ellos, por haber nacido en esta tierra, encontraban una identidad compartida contra un enemigo común; si eran iguales frente al poder del imperio, esa igualdad se pierde bajo el poder del criollo que defiende su superioridad.

-Según Tulio Halperín Donghi la hegemonía criolla responde a una necesidad económica en la administración del Estado. ¿No puede ser esta la razón de esa contradicción narrativa?

-Los propietarios de los medios de producción, los criollos, busca­ban controlar el aparato de Esta­do. Estamos de acuerdo. Esta es, después de todo, la definición de revolución: otra clase social pasa a controlar ese aparato. Pero el pro­blema es cómo conquistaron an­tes la hegemonía política que les permitió lograrlo. Basta comparar la independencia hispanoameri­cana con lo que sucedió en otros continentes, para advertir que no alcanza con tener la propiedad de los medios de producción para conquistar esa hegemonía. En Ar­gelia, por ejemplo, los pieds noirs, el equivalente francés de los crio­llos, que también tenían sus con­flictos con esa administración me­tropolitana que les imponía sus funcionarios y sus gravámenes, no lideraron las revoluciones de independencia. Y es más, cuando éstas concluyeron, tuvieron que hacer las valijas y volverse a la me­trópoli, abandonando sus propie­dades. Si se hubiesen presentado a sí mismos como los hermanos de los argelinos en lucha contra el opresor francés, otro gallo ha­bría cantado. Pero no lo hicieron. Los criollos, en cambio, sí. Y des­de mucho antes de las revolucio­nes. Después podemos discutir si, como sostienen algunos, los criollos instrumentaron el relato indigenista. Yo me inclino a pen­sar que no, que más bien fueron instrumentados por él.

Ambos discursos son hereda­dos, es decir, que no son sucesivo sino contemporáneos uno del otro. Entonces para Scavino el soporte de la revolución está dado por un andamiaje narrativo que lo antecede y que define el sujeto de las prácticas revolucionarias como oscilante y de identidad fragmen­tada. Cuando Bolívar, O’Higgins, Miranda o Monteagudo dicen «no­sotros», ¿quién habla en esa voz? ¿Quién enuncia la revolución, el nombre originario de este suelo o el hijo de los españoles? Porque en ellos la voz de la lucha política está tomada por esta oscilación, por esta doble identidad de ser nacidos en América y, a la vez, oriundos de España. El primero es la palabra inclusiva de la dife­rencia; el segundo, la voz de una hegemonía elitista que va a perdu­rar en el tiempo.

-Si en la narración criolla la re­volución es una repetición de la conquista española, ¿hubo real­mente una revolución?

-Desde la perspectiva de la narra­ción criolla la revolución debía tra­ducirse en una restitución de los derechos que los Reyes Católicos y Carlos V les habían acordado a sus ancestros, los conquistadores. Sólo puede hablarse de revolu­ción, en este caso, si se entiende literalmente el vocablo: hubo una vuelta a los orígenes. Eso lo dicen muy claramente Bolívar, Teresa de Mier o Viscardo y Guzmán. La revolución tenía que restablecer el «contrato originario» de Amé­rica que eran las «capitulaciones». El problema es que ellos mismos dicen a veces lo contrario: la revo­lución no es el restablecimiento de los derechos de los conquista­dores sino de los conquistados. De modo que aquí los autores no son tan importantes como las narra­ciones.

La sucesión de esta hegemonía criolla será vista por Scavino en el devenir político argentino poste­rior a la revolución: en la obra de Alberdi, en la “conquista” mortífera de Roca, en los discursos de Lugones o en las ideas de Héctor Murena. Entonces la dicotomía civilización y barbarie expresada por Sarmiento en el Facundo está presente ya en una de las narracio­nes de la independencia. Y aclara: «La hegemonía no es para mí el discurso dominante o colonial. Mi libro no se inscribe en la perspec­tiva de Edward Said y los estudios llamados poscoloniales. Yo sigo aquí una tradición que se remonta al joven Marx y que encontramos, más recientemente, en Ernesto Laclau. Una parte de la sociedad es hegemónica cuando sus reivin­dicaciones y derechos se convier­ten en las reivindicaciones y los derechos de toda la sociedad. Esta hegemonía va a venir acompaña­da por un relato en el cual la lucha de ese pueblo fue, desde siempre, la lucha por la conquista de esas reivindicaciones y derechos. Pero el proceso hegemónico podría ha­ber sido otro y contar, retrospecti­vamente, otra historia».

–  El concepto (significante) Amé­rica Latina supone la reunión de estas contradicciones y la hege­monía europea. ¿Por qué? ¿Cree que esto se mantiene a lo largo del siglo XX?

–   Sí. Fíjese en el Canto general de Neruda. Se trata de una de las versiones más grandiosas de la epopeya popular americana, de la lucha de Latinoamérica por su emancipación. Y como su­cedía ya en muchos textos de la independencia, Neruda empieza denunciando la opresión inicial: la conquista, prefiguración, para él, del imperialismo yanqui. Pero Neruda concluye su relato de la conquista con un poema intitula­do A pesar de la ira. «La luz vino a pesar de los puñales», escribe ahí. Aunque la conquista haya sido un episodio nefasto, Neruda piensa que sin esta peripecia América no hubiese entrado en la historia universal, en la historia humana. Así que, por una prodigiosa inversión dialéctica, los verdugos se convier­ten en redentores o los opresores en liberadores. Alguien puede señalarnos que entre decir que los indios eran seres «sin alma ra­cional» y decir que eran seres «sin historia» hubo un gran progreso. A lo mejor. Pero el problema es que entre Sepúlveda y Neruda cambió la definición de lo huma­no: animal racional, en un caso; animal histórico, en el otro. Con un detalle interesante. ¿Cómo se entra en la historia? Patriotas co­mo Monteagudo lo decían clara­mente: a través de la integración en el mercado mundial. Ergo, el que no esté integrado en el mer­cado mundial…

Es sobre este relato de una éli­te ilustrada que se labra el discur­so liberal y burgués de América Latina del siglo XX, que define siempre una nueva barbarie so­bre la que hay que intervenir po­líticamente para «normalizarla» de acuerdo con las necesidades del mercado. Para Scavino, uno de los efectos políticos de estas narraciones contradictorias es «la aparición de la propia Latino­américa. No hace mucho, en estas mismas páginas, Jorge Volpi de­cía: ‘Latinoamérica no existe’. Pero del mismo modo que Volpi existe porque hay alguien que responde a ese nombre, hay millones de su­jetos que se sienten interpelados por el gentilicio latinoamericano. Las entidades políticas tienen una existencia simbólica: cosas en nombre de las cuales actuamos o tomamos decisiones. Esto no significa que todos los interpela­dos estén de acuerdo con la sig­nificación de ese significante. Eso sí, como toda entidad simbólica, se inscribe siempre en una oposi­ción. Este nombre, de hecho, apa­reció en un momento preciso: en 1856, cuando los norteamericanos invadieron por primera vez Nica­ragua y algunos escritores, como el chileno Francisco Bübao, inter­locutor de Urquiza, o el colombia­no Torres Caicedo, sustituyeron en la epopeya popular americana el enfrentamiento entre América y España por un antagonismo entre la América latina y la sajona.

-¿Cree que el relato de la epo­peya americana podría haber tenido otro destino?

-Supongo que el significante La­tinoamérica no habría sido adop­tado, y sobre todo no habría asu­mido ese valor anti-imperialista, si los franceses hubiesen logrado quedarse en México extendiendo el imperio de Maximiliano hacia el sur. Para un intelectual como to, el gentilicio latinoamericano recordaba nuestra filiación euro­pea. Para él, latinoamericano no se oponía tanto a americano sajón como a indo o afro-americano.

Casi sobre el final escribe en su libro: «Doscientos años des­pués de las revoluciones de la in­dependencia que suprimieron el pongo, el yanaconazgo y la mita, las mismas poblaciones se ocupan de limpiar las casas de los criollos, de cultivar y cosechar sus campos y de internarse en sus minas». Dardo Scavino escribió más un ensayo arqueológico sobre la polí­tica argentina que un libro de his­toria. O en todo caso es la historia de un presente que, con ciertas di­ferencias, no deja de ser el efecto de las mismas narraciones y de la misma contradicción. Se inscribe en una tradición historiográfica fértil, imperiosa, fuera de aquellas planicies monocordes de próceres valientes situados en un pasado lejano. Para Scavino las narracio­nes contrapuestas que sostuvieron aquella emancipación siguen sien­do en el presente, doscientos años después, con otros rostros pero bajo los mismos enunciados. No porque la historia sea cíclica y se repita sino porque, de algún mo­do, siempre fue la misma.

Publicado en Revista Ñ – 6-3-2010

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