Este filósofo francés es el único que puede explicar el fenómeno Donald Trump
Por Jedd Legum para Think Progress
Donald Trump tiene perplejos a los expertos políticos.
Los expertos han estado prediciendo su caída durante meses. Cada «metida de pata» que supuestamente iba a destruir su apoyo sólo lo ha hecho más fuerte. Trump sigue dominando las urnas.
Usted no encontrará a Roland Barthes en las mesas de análisis de la carrera presidencial en los diarios del domingo por la mañana. Barthes es un filósofo francés que murió en 1980. Sin embargo, su trabajo puede ser la clave para entender la popularidad de Trump y su poder de permanencia.
Barthes es mejor conocido por su trabajo en la semiótica, el estudio de los signos y símbolos. Pero no se limita a largos tratados esotéricos. Más bien, Barthes publicó gran parte de su trabajo en piezas cortas y accesibles para descomponer los elementos de la cultura popular.
Su más famoso ensayo, publicado en su libro Mitologías 1957, se centra en la lucha libre profesional. ¿Podría un ensayo acerca de la lucha libre profesional ser la clave para la comprensión de la cuestión Trump? Vale la pena señalar que, antes de que fuera candidato presidencial, Trump fue un participante activo en la WWE (una empresa de entretenimiento deportivo en la que se agrupan uno de los más populares staff de lucha libre televisiva de Estados Unidos). En 2013, Trump fue incluido en el Salón de la Fama de la WWE.
En su ensayo, Barthes contrasta la lucha libre profesional con el boxeo.
El público sabe muy bien la distinción entre la lucha libre y el boxeo. Se sabe que el boxeo es un deporte basado en una demostración de la excelencia. Uno puede apostar sobre el resultado de un combate de boxeo, pero apostar en la lucha libre no tendría ningún sentido. Una pelea de boxeo es una historia que se construye ante los ojos del espectador; la lucha libre, por el contrario, debe enfocarse en cada momento, no importa el paso del tiempo, no importa su transcurrir. La conclusión lógica de la lucha no le interesa al fanático, mientras que por el contrario un combate de boxeo siempre implica una ciencia del futuro. En otras palabras, la lucha libre es una suma de espectáculos, uno tras otro, cada momento impone el conocimiento total de una pasión que consiste en mantenerse en pie y solo, sin tener necesariamente que esperar hasta el momento culminante de un resultado.
En la actual campaña, Trump se está comportando como un luchador profesional, mientras que los oponentes de Trump están llevando a cabo la carrera como si fuese un combate de boxeo. A medida que el resto mide su siguiente golpe, Trump se cubre la cabeza con una silla de metal.
Otros en el campo republicano se manejan en base a las normas y la construcción de una estrategia que, según dichas normas, dará lugar a la nominación. Pero Trump no se ocupa de esas cosas. En su lugar, Trump se centra en cada momento y la obtención de la máxima cantidad de pasión en ese momento. Sus partidarios lo aman.
La clave para generar la pasión, según Barthes señala, es posicionarse para hacer justicia contra las fuerzas del mal por cualquier medio necesario. «Los luchadores saben muy bien cómo manejar la capacidad de indignación del público llevando al límite el concepto de Justicia», escribe Barthes.
Trump sabe cómo definir su oponente: China, los “ilegales», los gestores de fondos financieros, y se compromete a ir tras ellos con una violencia desenfrenada. Si para lograrlo se deben cruzar algunos limites, mejor que mejor.
Para un luchador profesional, la energía lo es todo. Un fanático de lucha libre está menos interesado en lo que está sucediendo, o en la coherencia de cómo un hecho conduce al siguiente, que en el hecho de que algo está pasando. Es en ese sentido que Trump se entrega por completo. Él es omnipresente en la televisión, y cuando no puede hacerlo en frente de la cámara, llamará a los medios para saliral aire. Cuando no está en la televisión, está twitteando alardes, insultos e incongruencias. Cuando se queda sin cosas que decir, hace retweets de comentarios al azar de sus seguidores.
A lo largo de esas manifestaciones el insulto favorito de Trump – que ha empleado en varias ocasiones contra Jeb Bush y, más recientemente, contra Ben Carson – es que sus oponentes tienen «baja energía».
La acción frenética es suicida para un boxeador, y también para un político tradicional. Pero Trump no está afectado por estas limitaciones. El puede decir la cosas más locas, Trump puede sugerir a una popular presentadora de Fox News que le hizo una pregunta difícil que estaba menstruando, por ejemplo, y a los partidarios de Trump les encanta.
Algunas peleas, entre los luchadores más exitosos, están coronadas por una escena final, una especie de fantasía sin límites, donde las reglas, las leyes del género, se suprimen, desaparece el árbitro y los límites del ring, desbordando hacia el pasillo y llevando a todos afuera en tropel, a luchadores, segundos, el árbitro y los espectadores.
Pero ¿por qué no pueden ver los votantes que lo que ofrece Trump es sólo una actuación? Como ilustra Barthes, eso es hacer la pregunta equivocada.
Es evidente que en tal circunstancia ya no importa si la pasión es genuina o no. Lo que el público quiere es la imagen de la pasión, no la pasión misma. La verdad no es un problema en la lucha libre ni en el teatro.
Esta analogía revela por qué los ataques a Trump son tan ineficaces. Recientemente, Rand Paul y otros han empezado a llamar a Trump como un «actor», en lugar de un candidato legítimo. Esto es como correr en el medio del ring durante una pelea de WWE gritando: «¡Todo esto es falso!». Estás en lo correcto, pero no tendría ningún sentido ni será bien recibido.
Uno de los puntos centrales del análisis de Barthes es que el boxeo -con sus reglas tradicionales y el decoro- no es moralmente superior a la lucha libre profesional. De hecho, a pesar de su artificio, se podría argumentar que la lucha libre hoy en día expresa una búsqueda más noble que el boxeo, que es una actividad irremediablemente corrupta y dominada por abusadores domésticos y misoginos.
Del mismo modo, Trump es capaz de tomar ventaja de la disfunción evidente del sistema político tradicional. En 2016, los candidatos se han visto ensombrecidos por la financiación masiva que a menudo dependen de unos pocos grandes donantes. Muchos candidatos republicanos tienen posiciones compatibles con esta élite de aportantes, pero no el electorado en general.
En comparación con este sistema, las cosas que Trump está ofreciendo: pasión, energía, sentido de justicia, pueden no parecer tan malas.
Roland Barthes ha muerto hace 35 años, pero tiene algo que decir.