“Trump será un modelo, sus estrategias serán replicadas”

Steven Levitsky escribió uno de los libros más influyentes en Estados Unidos para entender el efecto del primer gobierno de Donald Trump. Es profesor de Gobierno y director del Centro David Rockefeller de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard. Junto con Daniel Ziblatt, es autor de “Cómo mueren las democracias”, donde analizan cómo los líderes electos pueden desmantelar las instituciones y los valores democráticos para mantenerse en el poder. 

Donald Trump es uno de esos líderes, y Levitsky le ha puesto la lupa para comprender el retroceso democrático que atraviesan los Estados Unidos. De vuelta en la Casa Blanca, Trump se posesionará este lunes como presidente en Washington. 

Su segundo periodo viene cargado con una dosis de autoritarismo recargado. Trump cuenta con mayorías en el Congreso y en la Corte Suprema. Llega también con el apoyo de multimillonarios en el sector tecnológico, dueños de las redes sociales más grandes del mundo, como Elon Musk y Mark Zuckerberg. 

En esta entrevista con La Silla Vacía, Levitsky habla sobre cómo el regreso del trumpismo amenaza con debilitar la democracia en Estados Unidos y el mundo entero. Su influencia ya se percibe a lo largo de América Latina en la forma de una nueva ola de derecha, la de Nayib Bukele en El Salvador o Javier Milei en Argentina, que privilegia las soluciones rápidas, aunque vayan en contra de los procesos democráticos.

Con el regreso de Trump vemos el auge de una nueva derecha, a la que muchos llaman derecha alternativa (alt-right) o neoderecha. ¿Qué es lo que la hace tan “alternativa”?

Prefiero describirla como una derecha iliberal que en muchos casos implica una gran dosis de populismo. Pero no hay duda de que la derecha en la mayoría de las democracias occidentales se ha transformado. La derecha liberal, para la que los mercados libres y la economía capitalista eran los principales objetivos programáticos — con temas como el aborto, el feminismo y los derechos Lgbt en segundo plano — está siendo superada por una más elaborada que de hecho es más ambigua con respecto a la economía, pero que trata principalmente de hacer retroceder los cambios sociales y culturales de los últimos 50 años.

Es un movimiento reaccionario que parece responder a los importantes cambios demográficos causados por la inmigración en Europa y los Estados Unidos. Estamos hablando de hombres cristianos blancos que quieren resistir estos cambios. No siempre es populista, pero el movimiento se alimenta del descontento con el status quo. Además, la derecha iliberal ha estado en la oposición durante la última década, por lo que puede aprovecharse de eso a su favor, presentándose como una fuerza alternativa y alegando que la derecha liberal representa al establecimiento.

He visto circular mensajes de colombianos de derecha que sueñan con un Trump, un Milei o un Bukele colombiano. ¿Qué hace que este nuevo modelo de derecha sea tan atractivo?

Eso es muy extraño. Colombia ya tuvo su Bukele, se llama Álvaro Uribe. Recordemos el fenómeno de Alberto Fujimori, un forastero político que destruyó la democracia peruana. Cerró el Congreso, disolvió la Constitución y logró dos milagros en un solo año: derrotó al Sendero Luminoso — una de las guerrillas más brutales de la historia latinoamericana — y domó la hiperinflación. Estoy seguro de que en ese momento en Colombia la gente iba por ahí diciendo “necesitamos un Fujimori colombiano”. Lo mismo decían los de izquierda cuando Chávez estaba en su apogeo. Muchos activistas de izquierda pedían un “Chávez argentino” o un “Chávez chileno”. 

La diferencia con la derecha alternativa o iliberal es que esta ha sido bastante eficaz en redes sociales. Los partidos tradicionales dependen de medios tradicionales, pero la nueva derecha ha sido una especie de pionera en muchas formas de derrotar al establecimiento. Eso ha sido muy útil, especialmente en el caso de Trump.

Entonces, ¿podríamos estar hablando del mismo tipo de movimiento cuando nos referimos a Trump, Milei, Bolsonaro o Bukele?

Indudablemente estamos hablando de un fenómeno transnacional. Es algo que ya ha ocurrido antes. La revolución cubana, por ejemplo, transformó dramáticamente a la izquierda en los sesenta y setenta. Muchos países quisieron replicarla. 

Hoy en día, gracias al poder de alcance que ofrecen las redes sociales, es muy fácil que los activistas y sus seguidores sean influenciados por las tendencias políticas de otros países. Hay una clara interacción entre la extrema derecha de Brasil y la de Estados Unidos o Argentina. Los líderes se admiran entre sí, se apoyan entre sí, se siguen entre sí. Pero también son muy diferentes. Diría que Milei, por ejemplo, es más liberal que Bolsonaro y está mucho más enfocado en la economía que él, a quien no le importa en lo absoluto la economía. Trump quiere alzar barreras al comercio, busca seguir el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) que América Latina utilizó en el siglo veinte. 

Hubo una especie de convergencia liberal en los noventa y los dos mil. Durante casi una generación, el centro izquierda y el centro derecha convergieron en torno a la globalización, el consenso occidental y, en las democracias ricas, la apertura a la inmigración. Eso dejó un espacio vacío en los márgenes de la derecha, uno que fue llenado por la derecha iliberal populista. Creo que usaron el populismo como una estrategia, no como una ideología. Apelaron a un discurso antisistema para lanzarse al poder.

¿Cree que con el regreso de Trump habrá una especie de “trumpización” de la política latinoamericana? ¿O tal vez es justo al revés, y Trump ha sido influenciado por otros líderes autocráticos como Hugo Chávez? 

No creo que Trump lea lo suficiente como para haber aprendido algo de Chávez. En realidad, Trump es un político muy simple. Tiene algo de populismo instintivo y también es un líder patrimonial muy al estilo de mediados del siglo XX. Habría estado muy cómodo en la República Dominicana de Trujillo o la Nicaragua de Somoza. Es un tipo que piensa que las instituciones estatales están ahí para servir a sus fines personales y políticos. La idea de una burocracia independiente o del imperio de la ley es incomprensible para él. Y no creo que lo haya aprendido de alguien más.

Pero los Estados Unidos son un modelo, inevitablemente. Sus estrategias serán replicadas. No hay duda que Bolsonaro aprendió de él. Creo que la decisión, increíblemente imprudente, de Trump de rechazar los resultados de las elecciones de 2020 tuvo un impacto casi inmediato en América Latina. 

Si nos fijamos en las últimas tres o cuatro décadas, en América Latina fue bastante raro — excepto por Amlo en 2006 — que los perdedores de las elecciones rechazaran los resultados, incluso los países con democracias débiles como Perú. Luego de Trump, candidatos como Keiko Fujimori en Perú o Javier Milei en Argentina han usado esa retórica de rechazo. 

Con seguridad seguiremos viendo cómo el comportamiento trumpista se replica en otros países. Pero una cosa es copiarlo y otra cosa es ser exitoso. Es muy difícil importar un modelo de un país a otro. No habrá más Bukeles en ningún lugar de América Latina. Bukele solo hay uno, igual que solo hubo un Fujimori y solo un Uribe. 

Trump ha acusado al Partido Demócrata de ser el partido de la élite, y su movimiento dice defender los intereses de la clase trabajadora. Pero eso no es muy intuitivo. Usted mismo lo ha dicho, Trump es un líder patrimonial, es parte de la élite económica. ¿Cómo es que puede representar a la clase trabajadora cuando lo que ofrece es, básicamente, una plutocracia en la que el gobierno es manejado por unos cuantos multimillonarios?

Hemos entrado en una era populista y creo que no hemos entendido exactamente por qué. El nivel de confianza pública en las élites, en las instituciones y en las autoridades en general se ha desplomado en todo el mundo. Sospecho que en esto el internet y las redes sociales han jugado un papel importante. Ante la desconfianza en el establecimiento, los políticos populistas no defienden el status quo, se oponen a él. No puedes postularte para un cargo en ningún lugar de Occidente sin atacar a la clase dirigente.

Las coaliciones populistas tienden a ser heterogéneas, unidas solo por un líder carismático, que en este caso es Trump. Por eso es engañoso describir esto como un partido de élite frente a un partido del pueblo. La diferencia en la cantidad de votos que ganaron el Partido Demócrata y el Republicano en las elecciones presidenciales es muy pequeña. Eso quiere decir que casi no hay relación entre la clase social y el voto. 

Es cierto que los demócratas han perdido el apoyo de una gran parte de la clase trabajadora, pero no puedes obtener casi la mitad de los votos en un partido que supuestamente está constituido por profesores de Harvard e inversores de Wall Street. Ambos partidos cuentan con el respaldo de un grupo de multimillonarios, pero también con el de un gran número de votantes de la clase trabajadora. 

Trump ahora mismo cuenta con una facción que se ve a sí misma como nacionalista y populista. La plataforma Maga tradicional incluye a la clase obrera blanca pero también a un nuevo actor muy poderoso, los multimillonarios empresarios de tecnología que buscan la desregulación. Ellos ven a Trump como un vehículo para satisfacer sus intereses económicos.

También están un poco molestos con las políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), que apuestan por la equidad de género y la diversidad racial. Estamos hablando de hombres blancos ricos, principalmente. Muchos son sudafricanos, como Elon Musk, a quienes realmente no les gustan ese tipo de políticas. 

¿Qué tanto durará esa coalición? Nadie lo sabe. No me sorprendería ver a Musk en la oposición dentro de seis meses. Pero creo que si los multimillonarios mantienen su influencia en esta administración le abrirán un camino a los demócratas para construir un discurso populista de centro-izquierda. Calificarán al trumpismo como una oligarquía. 

El Partido Demócrata ha sido criticado por haberse vuelto demasiado “woke”. ¿En dónde entran las políticas identitarias dentro de esta ecuación? ¿Las políticas de DEI realmente han afectado al poder político?

No, son simbólicas. Creo que son secundarias. Para darle un poco de contexto, hice un conteo de todas las elecciones que han ocurrido desde la pandemia en las democracias de Europa del Este, Europa Occidental, América Latina, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda. Hubo 55 elecciones, y en 41 de ellas la oposición ganó. La gente está molesta y está votando sistemáticamente en contra del establecimiento. Perdió en Reino Unido y Estados Unidos. Perderá otra vez en Alemania, Francia y Canadá.

Lo mismo pasa en América Latina. Es difícil encontrar una democracia, fuera de México, en la que los gobernantes en ejercicio hayan sido reelegidos. Esa es la razón principal por la que el Partido Demócrata perdió. Perdió por 1.4 puntos en la votación popular, y perdió porque la gente está inconforme con la economía y el estado de las cosas desde el Covid.

¿Entonces hay que poner a la política identitaria en un segundo plano?

El núcleo del movimiento Maga, que es alrededor de un tercio del electorado estadounidense, se está rebelando en contra de los cambios sociales y culturales que han venido ocurriendo desde los sesenta. Estamos hablando de la legislación de derechos civiles y los cambios lentos pero constantes y muy importantes en términos de la situación de las mujeres, las personas no blancas y las personas Lgbt. Los Maga quieren regresar a los cincuenta, a las normas y las jerarquías sociales de ese momento.

Cuando yo nací había nueve hombres blancos en la Corte Suprema. Hoy hay cuatro, y son la minoría. El número de miembros no blancos del Congreso se ha más que cuadruplicado desde los ochenta. Las políticas de DEI son una etiqueta superficial pero conveniente para reaccionar a estos cambios. En la práctica ellos no saben encontrarlas, nunca las han visto. Me resulta muy difícil creer que estas políticas, en sí mismas, están impulsando la votación. Pero sí pesan, el comportamiento Maga está impulsado por el declive de unos Estados Unidos cristianos y blancos. 

Usted lo ve como una narrativa o estrategia política. Con Trump lo entiendo, pero los problemas que enfrentamos en América Latina no son los mismos. Aquí es difícil construir un discurso sobre un pasado nostálgico o el origen étnico o racial. ¿Cuál cree que es la narrativa que la nueva derecha iliberal podría defender en la región?

El motor principal de la derecha iliberal en América Latina es la seguridad. Ciertamente lo ha sido en Colombia, y es lo que permitió el auge de la derecha en El Salvador. No estoy seguro si juega un rol importante para Bolsonaro, por ejemplo. Pero es un tema transversal porque la violencia es un problema serio en casi todos los países de la región, mucho más que en Estados Unidos o Europa Occidental. 

Claro, ha habido una difusión de ideas anti feministas, anti Lgbt, y de valores familiares tradicionales principalmente entre los evangélicos y algunos sectores del catolicismo. Eso está alimentando el activismo por parte de la extrema derecha en Perú, motivada por lo que ellos llaman ideología de género. Pero eso está en redes sociales y le llega a un sector bastante pequeño del electorado. 

Nunca van a ganar la mayoría de los votos en ningún lugar de América Latina movilizándose en contra de la comunidad Lgbt y el feminismo. El problema principal será la crisis económica, como en Argentina, o la crisis de seguridad, como en El Salvador.

Aunque en Colombia la campaña en contra del plebiscito por la paz en 2016 sí incluyó todo un esfuerzo para estigmatizar lo que la derecha llama la ideología de género. ¿No cree que casos como este podrían ser ejemplos de movilización?

No. El atractivo social conservador se sumó a la discusión, pero en el fondo a muchos colombianos anti Farc les preocupaba la seguridad y que el acuerdo de paz estuviera entregando demasiadas concesiones a la guerrilla. Algunos votaron en contra a Santos, otros en contra a las Farc, y sí, algunos en contra de la supuesta ideología de género, pero creo que sería una exageración decir que esa fue la principal razón por la cual ganó el No. 

Ningún candidato pasaría a segunda vuelta con una plataforma exclusivamente basada en problemas sociales. Temas como la ideología de género o el aborto pueden darle una base activista y una base de seguidores en línea para distinguirlo entre otros quince candidatos.

Detrás de toda esta narrativa encontramos una estrategia populista polarizante. Pero creo que no es exclusiva de la derecha. ¿Habrá un auge de la izquierda iliberal?

Ya hubo una ola de líderes de izquierda antes de esta ola de derecha. Chávez, Correa y Morales encabezaron una pequeña ola de izquierda iliberal populista. La primera campaña de Ollanta Humala en Perú, que no ganó, es otro ejemplo. La ola estuvo concentrada en los países andinos. También ha habido un crecimiento de los partidos y movimientos de izquierda iliberal. Amlo, en México, tiene algunos elementos de este tipo de liderazgo.

Hoy la izquierda está en la posición más débil en la que ha estado desde que yo nací. La izquierda latinoamericana ya no representa nada. Y es cierto para la izquierda en el resto del mundo. Ya no tiene un programa y está teniendo dificultades para entender lo que representa. Solo se unen en torno a una especie de lucha reflexiva anti Estados Unidos, razón por la cual a la izquierda le cuesta tanto romper con Maduro. 

¿Petro entra en esta definición?

Claro. Ese es el problema que Petro tiene con Venezuela. La izquierda apoya a quienquiera que se alinee contra el Tío Sam. ¿Pero qué representa la izquierda hoy en día? El capitalismo no está siendo cuestionado hoy en día en América Latina, los derechos de propiedad no están realmente en la agenda, para bien o para mal. Nadie en la izquierda habla seriamente de redistribución, de una reforma agraria seria, de la redistribución de la propiedad. 

Esa izquierda estuvo presente en Chile y en Brasil. También en Argentina, en donde hubo una elevada inversión social a inicios del siglo veintiuno, encaminada hacia un tipo de Estado de bienestar. Pero estos proyectos perdieron su legitimidad tras múltiples casos de corrupción y por el recrudecimiento de las circunstancias económicas. 

Los países no tienen mucho dinero para gastar, y eso pone a la izquierda en una situación incómoda. Pero dado el nivel de desigualdad en América Latina, creo que siempre habrá demanda, la izquierda siempre tendrá algún tipo de atractivo. Es imposible pensar que una región tan desigual y tan injusta como esta no dé lugar a fuerzas de izquierda.

La izquierda pasó mucho tiempo en el poder durante las primeras décadas del siglo, pero el poder tiene un efecto corrosivo. El poder sufre un desgaste que, a la larga, conduce hacia un gobierno menos efectivo y muy a menudo, a una cierta cantidad de corrupción. La gente se cansa. La izquierda necesita desarrollar un nuevo proyecto y una nueva identidad.

¿Será este el nuevo estado de las cosas? ¿Cree que los movimientos iliberales de derecha e izquierda son pasajeros o están aquí para quedarse?

Los politólogos no somos muy buenos prediciendo el futuro. Creo que los partidos seguirán debilitándose y veremos más forasteros políticos y populistas siendo elegidos. El único caso en el que veo un cierto tipo de alejamiento del populismo es quizás Chile, en donde el principal contendor viene de la derecha liberal tradicional.

Pero sí, los populistas son más proclives a prometer soluciones rápidas y fáciles, priorizan los fines sobre los medios y eso puede debilitar a las instituciones. En el largo plazo, pueden amenazar con debilitar la democracia.

¿Pero cuál es su plataforma política? ¿Por qué la política está tan polarizada?

Creo que aún no hemos descubierto la respuesta a esa pregunta. Esa es una de las preguntas más importantes a las que nos enfrentamos en el mundo democrático actual. Mi presentimiento, sin haberlo estudiado y sin ningún dato, es que las redes sociales están desempeñando un papel clave en este debate. 

El descontento no es nuevo en América Latina, la gente siempre ha querido tirar la élite al río. Pero creo que es más fácil ser un populista hoy que hace cincuenta o sesenta años. El cambio no solo viene del lado de la demanda. Los populistas ahora pueden recoger fondos y alcanzar votantes y activistas a través de medios alternativos como las redes sociales.

Cuando Perón derrotó al establecimiento argentino en 1945 se necesitó una movilización que ocurre una vez cada siglo y que fue muy difícil de lograr. Pero cuando Bukele derrotó al establecimiento salvadoreño fue mucho más fácil, solo necesitó de sus millones de seguidores en Facebook y Twitter. Ese es el principal efecto de las redes sociales. 

Por Pablo Añez Held para la web LA SILLA VACÍA – Enero 2025

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