Trump y la ironía de su victoria

El conocido economista norteamericano Joseph Stiglitz, escribió un artículo en la web Project Syndicate en la que analiza el contexto que enfrenta el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, planteando la interesante idea de que se presenta como el encargado de cerrar el círculo político-económico abierto por Reagan a comienzos de los 80, pero al mismo tiempo debe confrontar con una premisa de hierro: la Historia no vuelve para atrás.

Lo que la economía de Estados Unidos necesita de Trump

Por Joseph Stiglitz

trump sLa asombrosa victoria de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos ha dejado una cosa en claro: demasiados estadounidenses, particularmente varones blancos americanos, se sienten abandonados. No es sólo un sentimiento; muchos estadounidenses realmente han quedado atrás. Se puede observar en los datos con la misma claridad que en su ira. Y, como he sostenido en repetidas ocasiones, un sistema económico que no «entregue» beneficios para grandes sectores de la población es un sistema económico fallido. Entonces, ¿qué debe el presidente electo Trump hacer al respecto?

Durante el último tercio de siglo, las reglas del sistema económico de Estados Unidos fueron re-escritas de manera que sirvieran a unos pocos en la parte superior de la escala social, mientras se perjudicó a la economía en su conjunto, y en especial al 80% de la parte inferior. La ironía de la victoria de Trump es que fue el mismo Partido Republicano, que ahora llega al poder el que impulsó la globalización extrema y sin tomar en cuenta los marcos políticos que podrían haber mitigado el trauma asociado a ella. Sin embargo, la historia importa: China e India están ahora integrados en la economía mundial. Además, la tecnología ha avanzado tan rápido que el número de puestos de trabajo a nivel mundial en la fabricación está en declive.

chinaLa realidad es que no hay manera de que Trump puede aportar un número significativo de puestos de trabajo industriales bien remunerados de regreso a los EEUU. Se pueden traer de vuelta las fábricas, incluso la fabricación avanzada, pero habrá pocos puestos de trabajo. Él puede traer nuevamente trabajos, pero serán puestos de trabajo con salarios bajos, no los empleos bien remunerados de la década de 1950.

Si Trump es serio en su postura por luchar contra la desigualdad, debe reescribir las reglas una vez más, de manera que sirvan para toda la sociedad y no sólo para las personas como él.

El primer punto del orden del día es impulsar la inversión, restaurando así el robusto crecimiento a largo plazo. En concreto, Trump debería hacer hincapié en el gasto en infraestructura e investigación. Sorprendentemente para un país cuyo éxito económico se basa en la innovación tecnológica, la participación en el PBI de la inversión en investigación básica es menor de lo que era hace medio siglo.

Mejorar la infraestructura mejoraría el regreso de la inversión privada, que se ha ido deteniendo. Asegurar un mayor acceso financiero a las pequeñas y medianas empresas, incluidas las encabezadas por mujeres, también estimularía la inversión privada. Por otra parte un impuesto sobre el carbono proporcionaría una trifecta de bienestar: un mayor crecimiento ya que las empresas deberían modificar sus plantas para abandonar los mayores costes de las emisiones de dióxido de carbono; un medio ambiente más limpio; y los ingresos del impuesto con los que se podrían financiar la infraestructura y los esfuerzos directos para reducir brecha económica de Estados Unidos. Sin embargo, dada la posición de Trump que niega la existencia del cambio climático, es poco probable que tome ventaja de este accionar (que también podría significar que el mundo comience a imponer aranceles contra los productos estadounidenses hechos en forma que violan las reglas globales sobre el cambio climático).

wallTambién es necesario un enfoque integral para mejorar la distribución del ingreso en Estados Unidos, que es uno de los peores entre las economías avanzadas. Trump ha prometido aumentar el salario mínimo pero esto es poco probable sin llevar a cabo otros cambios críticos, como el fortalecimiento de los derechos de negociación colectiva y el poder de negociación de los trabajadores, al mismo tiempo que una restricción sobre los ingresos de los CEOs y un control a la financierización de la economía.

La reforma regulatoria debe ir más allá de la limitación de los daños que el sector financiero puede provocar y garantizar que el sector sirva realmente la sociedad.

En abril, el Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama dio a conocer una muestra del aumento de la concentración del mercado en muchos rubros. Eso significa menos competencia y precios más altos, camino seguro para la reducción de ingresos reales y una reducción directa de los salarios. Los EEUU tiene que hacer frente a estas concentraciones de poder en manos del mercado, incluyendo a las más recientes manifestaciones de la llamada economía colaborativa.

Existe un sistema fiscal regresivo en Estados Unidos, ayudando a que los ricos, y nadie más, se enriquezcan aún más, y debe ser reformado. Un objetivo obvio debe ser eliminar el tratamiento especial a las ganancias de capital y los dividendos. Otra es la de asegurar que las empresas paguen impuesto, tal vez mediante la reducción de la tasa de impuestos corporativos para las empresas que invierten y crean puestos de trabajo en los Estados Unidos, y el aumento de la pena para aquellos que no lo hacen. Sin embargo las promesas de Trump están destinadas a no beneficiar a los estadounidenses comunes; como de costumbre con los republicanos, los cambios fiscales tienden a beneficiar en gran medida a los ricos.

Trump probablemente tampoco está a la altura de la necesidad de mejorar la igualdad de oportunidades. Garantizar la educación preescolar para todos y una mayor inversión en las escuelas públicas es esencial si los EEUU quieren evitar convertirse en un país neo-feudal, repercutiendo en las ventajas y desventajas que se transmiten de una generación a la siguiente. Pero Trump ha mantenido silencio sobre este tema.

La restauración de la prosperidad para todos requeriría políticas que amplíen el acceso a una vivienda asequible y a la atención médica, una jubilación segura con un mínimo de dignidad, y que permitan a todos los estadounidenses, independientemente de su riqueza, proporcionar una educación post-secundaria acorde con sus capacidades e intereses. Sin embargo, aunque se puede ver en Trump, un magnate de bienes raíces, el apoyo a un programa de vivienda masiva (cuyos mayores beneficios irán al sector de los desarrolladores inmobiliarios como él mismo), la derogación que ha prometido de la Ley de Asistencia Asequible  (Obamacare) dejaría a millones de estadounidenses sin seguro de salud, aunque luego de la elección sugirió que se moverá con cautela en esta área.

econLos problemas planteados por los descontentos estadounidenses, como resultado de décadas de abandono, no serán resueltos rápidamente ni mediante herramientas convencionales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar soluciones menos convencionales, cosa poco probable teniendo en cuenta los intereses corporativos republicanos. Por ejemplo, los individuos pueden ser autorizados a aumentar la seguridad de su jubilación poniendo más dinero en sus cuentas de la Seguridad Social, con los correspondientes aumentos en las prestaciones. Y las políticas integrales para la familia y la salud ayudarían a los estadounidenses a lograr un equilibrio trabajo/vida menos estresante.

Del mismo modo, sería deseable una opción pública para la financiación de la vivienda que permita a cualquier persona que ha pagado impuestos con regularidad generar  una hipoteca de pago inicial del 20%, en consonancia con su capacidad de pagar el crédito, a una tasa de interés ligeramente superior a aquella en que el gobierno puede pedir prestado para su propia deuda, canalizando los pagos a través de la declaración de impuestos a las ganancias.

Mucho ha cambiado desde que el presidente Ronald Reagan comenzó el vaciamiento de la clase media y aumentó sesgadamente los beneficios del crecimiento a los de arriba. Pero desde el rol de la mujer en la fuerza de trabajo al aumento de la actividad de Internet y el crecimiento de la diversidad cultural, los Estados Unidos del siglo XXI son fundamentalmente diferentes a los Estados Unidos de los años 1980.

Si Trump realmente quiere ayudar a aquellos que se han quedado atrás, tiene que ir más allá de las batallas ideológicas del pasado. La agenda que acabo de describir no es sólo acerca de la economía: se trata de alimentar una sociedad dinámica, abierta, y justa que cumpla la promesa de sostener los valores más preciados de los estadounidenses. Pero si bien esto es, en cierto modo, algo coherente con las promesas de campaña de Trump, de muchas otras maneras, es la antítesis de ellos.

Mi muy nublada bola de cristal muestra una reescritura de las reglas, pero no para corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en el sórdido viaje que dejó a tantos atrás. Por el contrario, las nuevas normas pueden empeorar la situación, sin incluir a más personas en el sueño americano.